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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
del valor de un carácter cristiano. El pecado ciega los ojos y profana
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el corazón. La integridad, la firmeza y la perseverancia son cualida-
des que todos deberían cultivar sinceramente. Porque revisten al que
las posee de un poder que es irresistible, un poder que lo hace fuerte
para obrar el bien, para resistir al mal y afrontar la adversidad. Aquí
brilla la verdadera excelencia del carácter con su mayor resplandor.
La fuerza de carácter consiste en dos cosas: la energía de la
voluntad y del dominio propio. Muchos jóvenes consideran equi-
vocadamente como fuerza de carácter la pasión arrolladora; pero
la verdad es que el que se deja dominar por sus pasiones, es un
hombre débil. La verdadera grandeza del hombre y su nobleza se
miden por el poder de los sentimientos que subyuga, no por el de los
sentimientos que lo vencen a él. El hombre más fuerte es aquel que,
aunque sensible al ultraje, refrena sin embargo la pasión y perdona
a sus enemigos. Los tales hombres son verdaderos héroes.
Muchos tienen ideas tan restringidas de lo que pueden llegar
a ser que siempre permanecerán atrofiados y estrechos, cuando si
aprovechasen las facultades que Dios les ha dado, podrían desarrollar
un carácter noble y ejercer una influencia que ganaría almas para
Cristo. El conocimiento es poder; pero la capacidad intelectual, sin
la bondad del corazón, es un poder para el mal.
Dios nos ha dado nuestras facultades intelectuales y morales; pe-
ro en extenso grado cada persona es arquitecto de su propio carácter.
Cada día va subiendo la estructura. La Palabra de Dios nos advierte
que prestemos atención a cómo edificamos, para que nuestro edificio
se funde, en la Roca eterna. Llegará el tiempo en que nuestra obra
quedará revelada tal cual es. Ahora es el momento para que todos
cultiven las facultades que Dios les ha dado, a fin de que puedan
desarrollar un carácter que tenga utilidad aquí y sea apto para la vida
superior.
Cada acto de la existencia, por muy insignificante que sea, tiene
su influencia en la formación del carácter. Un buen carácter es más
precioso que las posesiones mundanales; y la obra de su formación
es la más noble a la cual puedan dedicarse los hombres.
Los caracteres formados por las circunstancias son variables y
discordantes, una masa de sentimientos encontrados. Sus poseedores
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no tienen un blanco elevado o fin en la vida. No ejercen influencia