Página 69 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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La verdadera benevolencia
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Eliminen las reprimendas y las censuras. Ustedes no están prepa-
rados para reprobar. Sus palabras sólo consiguen herir y entristecer;
no curan ni reforman. Debieran vencer el hábito de fijarse en las
cosas pequeñas que consideran ser errores. Sean amplios, sean ge-
nerosos y caritativos en su juicio de la gente y las cosas. Abran sus
corazones a la luz. Recuerden que el deber tiene un hermano gemelo,
que es el amor; cuando estos se unen, pueden lograr casi cualquier
cosa; pero si están separados, ninguno es capaz de hacer el bien.
Está bien que aprecien la integridad y sean fieles a su sentido de
lo que es correcto. Se espera que escojan siempre el sendero recto
del deber. El amor a las propiedades, el amor a los placeres y a las
amistades, nunca debiera influir sobre ustedes al punto de hacerlos
sacrificar ni un principio correcto. Debieran ser firmes en seguir los
dictados de una conciencia iluminada, y sus convicciones acerca del
deber; pero deben guardarse contra el fanatismo y el prejuicio. No
cultiven un espíritu farisaico.
Ahora mismo están sembrando semilla en el gran campo de la
vida, y lo que ahora siembran, un día segarán. Cada pensamiento de
su mente, cada emoción de su alma, cada palabra de su lengua, cada
acto que realizan, es semilla que dará fruto para bien o para mal.
El tiempo de la cosecha no está muy lejano. Todas nuestras obras
están pasando revista delante de Dios. Todas nuestras acciones y
los motivos que las impulsaron deben abrirse a la inspección de los
ángeles y de Dios.
En cuanto sea posible, anden en armonía con sus hermanos y
hermanas. Entréguense a Dios y cesen de manifestar severidad y
disposición a censurar. Renuncien a su propio espíritu y reciban
en su lugar el espíritu del amado Salvador. Extiendan las manos y
aférrense a la suya, para que su contacto los electrice y los cargue con
las dulces características de su propio carácter incomparable. Pueden
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abrir su corazón a su amor y dejar que su poder los transforme y
su gracia sea su fuerza. Entonces ejercerán una poderosa influencia
para el bien. Su fortaleza moral estará a la altura de la más minuciosa
prueba de su carácter. Su integridad será pura y santificada. Entonces
su luz resplandecerá como la mañana.
Ambos necesitan desarrollar mayor armonía con otras mentes.
Cristo es nuestro ejemplo; él se identificó a sí mismo con la huma-
nidad sufriente; consideró como propias las necesidades de otros.