Página 72 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
otra. Debemos tener los corazones abiertos a la compasión amable y
radiantes con el amor que Jesús sintió por sus semejantes.
Domine su predisposición a ser rígida con su hijo, su presencia
se vuelve desagradable para él y sus consejos odiosos a causa de sus
reproches demasiado frecuentes. Manténgalo unido a su corazón, no
con indulgencia insensata, sino con los suaves lazos del amor. Se
puede ser firme y amable a la vez. Permita que Cristo sea su ayuda.
El amor será el medio por el cual podrá acercar otros corazones al
suyo y su influencia podrá ponerlos en el buen camino.
La he advertido contra el espíritu de censura y vuelvo a pre-
venirla contra esa falta. A veces Cristo reprobó con severidad; en
algunos casos puede ser necesario que nosotros también reprenda-
mos severamente. Pero recordemos que aunque Cristo conocía con
exactitud la condición de aquellos a quienes reprendía, sabía aplicar
la dureza justa y necesaria que podrían soportar y qué se precisaba
para corregir su error, también sabía apiadarse de los extraviados,
consolar a los desdichados y alentar a los débiles. Sabía cómo alejar
las almas del desaliento e inspirarles esperanza porque conocía los
motivos exactos y las pruebas peculiares de cada mente. No podía
cometer errores.
Pero
nosotros
podemos juzgar mal los motivos, las apariencias
pueden engañarnos, podemos pensar que actuamos correctamente al
reprobar el error y, en consecuencia, podemos ir demasiado lejos,
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censurar con demasiada severidad y herir cuando queríamos sanar.
También podemos compadecernos insensatamente y, en nuestra
ignorancia, debilitar una reprobación merecida y a tiempo. Nuestro
juicio puede estar equivocado, pero Jesús era demasiado sabio para
errar. Reprobaba con piedad y amaba con amor divino a aquellos a
quienes reprendía.
El Señor nos pide que nos sometamos a su voluntad, que per-
mitamos que su Espíritu nos imbuya y su servicio nos santifique.
Apartemos el egoísmo y venzamos todos y cada uno de los defectos
de nuestro carácter como Cristo los venció. Para cumplir su tarea
debemos morir diariamente al yo. Pablo dijo: “Cada día muero”.
1
Corintios 15:31
. Cada día se convertía de nuevo y avanzaba un paso
más hacia el cielo. La única vía que Dios aprueba es que ganemos
victorias en la vida divina. El Señor es misericordioso, tierno y rebo-
sa de piedad. Sabe nuestras necesidades y debilidades y nos ayudará