Página 87 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Colaboradores de Cristo
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servicio de Dios. Nos impide percibir las exigencias del deber, que
debieran hacer arder nuestros corazones con celo ferviente. Todas
nuestras energías tendrían que dedicarse a la obediencia de Cristo.
Dividir nuestro interés con los caudillos del error es ayudar al bando
del mal y conceder ventajas a nuestros enemigos. La verdad de Dios
no transige con el pecado, no se relaciona con el artificio ni se une
con la trasgresión. Se necesitan soldados que siempre contesten al
llamado y estén listos para entrar en acción inmediatamente y no
aquellos que, cuando se los necesita, se encuentran ayudando al
enemigo.
La nuestra es una gran obra. Sin embargo, son muchos los que
profesan creer estas verdades sagradas, pero están paralizados por
los sofismas de Satanás, y no hacen nada por la causa de Dios, sino
al contrario, la estorban. ¿Cuándo obrarán como quienes esperan
al Señor? ¿Cuándo manifestarán un celo que esté de acuerdo con
su fe? Muchos retienen egoístamente sus recursos y tranquilizan
su conciencia con la idea de hacer algo grande para la causa de
Dios después de su muerte. Hacen un testamento por el cual legan
una gran suma a la iglesia y a sus diversos intereses, y luego se
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acomodan, con el sentimiento de que han hecho todo lo que se
requería de ellos. ¿En qué se han negado a sí mismos por este acto?
Por el contrario, han manifestado la misma esencia del egoísmo.
Cuando ya no puedan usar el dinero, se lo darán a Dios. Pero lo
retendrán durante tanto tiempo como puedan, hasta que los obligue
a abandonarlo un mensajero a quien no se puede despedir.
Un testamento tal es frecuentemente evidencia de verdadera ava-
ricia. Dios nos ha hecho a todos administradores suyos, y en ningún
caso nos ha autorizado para descuidar nuestro deber o dejarlo a fin
de que otros lo hagan. El pedido de recursos para fomentar la causa
de la verdad no será nunca más urgente que ahora. Nuestro dinero
no hará nunca mayor suma de bien que actualmente. Cada día de
demora en invertirlo debidamente limita el período en que resultará
benéfico para la salvación de las almas. Si dejamos que otros efec-
túen aquello que Dios nos ha asignado a nosotros, nos perjudicamos
a nosotros mismos y a Aquel que nos dio todo lo que tenemos. ¿Có-
mo pueden los demás hacer nuestra obra de benevolencia mejor que
nosotros? Dios quiere que cada uno sea durante su vida el ejecutor
de su propio testamento en este asunto. La adversidad, los accidentes