Página 139 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

Basic HTML Version

Agentes de Satanás
135
lo seguían de lugar en lugar, de la misma manera que una esposa fiel
acompañaría a su marido.
Nosotros somos vistos como un pueblo particular. La posición
que hemos tomado y la fe que profesamos nos distinguen de todas
las demás agrupaciones religiosas. Si en vida y carácter no somos
mejores que los mundanos, nos señalarán desdeñosamente con el
dedo y dirán: “Así son los adventistas del séptimo día. He ahí el
ejemplo del pueblo que guarda el séptimo día en vez del domingo”.
De esta manera, el oprobio que justamente debiera recaer sobre esta
clase de personas se achaca a todos aquellos que concienzudamente
[130]
observan el séptimo día. Oh, ¡sería tanto mejor que esta clase de
personas no profesasen en manera alguna que pretenden obedecer la
verdad!
Me sentí impelida a reprochar a este hombre en el nombre del
Señor y de pedirles a las mujeres que se separasen de él y que le
retirasen su equivocada confianza, porque el camino por el cual se
dirigían era el de la desdicha y la destrucción. Acerca de este hombre
se encuentra anotado en el registro celestial lo siguiente: “Engañador,
adúltero; entra en las casas y se lleva cautivas a las mujercillas
cargadas de pecados”.
2 Timoteo 3:6
. Sólo en el juicio final se sabrá
cuántas almas habrá destruido mediante su sofisma satánico. Tales
hombres deben ser reprendidos y desaprobados inmediatamente,
para que no sean un descrédito continuo para la causa de Dios.
A medida que nos acercamos al fin de la historia de esta tierra,
nos vienen rodeando los peligros. De nada nos valdrá una simple
profesión de piedad. Debe haber una relación viva con Dios, para que
tengamos visión espiritual para discernir la maldad que, en forma
artera y secreta, se está deslizando entre nosotros por medio de los
que profesan nuestra fe.
Los mayores pecados son introducidos por aquellos que profe-
san estar santificados y aseveran que no pueden pecar. Sin embargo,
muchos miembros de esta clase están pecando diariamente, y son
corruptos en su corazón y en su vida. Los tales están llenos de sufi-
ciencia y de justicia propia; establecen su propia norma de justicia y
de ningún modo alcanzan a satisfacer la norma bíblica. A pesar de
sus elevadas pretensiones, son extraños al pacto de la promesa. En su
gran misericordia Dios soporta su perversidad y no son derribados
como árboles que ocupan inútilmente el terreno, y todavía existe la