Página 14 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
taban ser amonestados contra el amor al dinero y las ambiciones
terrenales.
A los ministros se les enviaron fervientes consejos señalando el
peligro de que sus mensajes se amoldaran a las opiniones demasiado
vehementes o extremas de ciertos miembros de iglesia. También
se dieron consejos de no ser descuidados en la construcción de los
edificios de iglesia, lo cual se había visto en ciertos casos. Otras
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amonestaciones aconsejaban no tomar livianamente las promesas de
hacer donaciones para la causa de Dios. Todos esos consejos, y otros
que tratan de numerosos problemas adicionales conectados con la
obra en esos nuevos territorios ocupan un lugar prominente en este
volumen.
Las miradas de los adventistas se dirigían cada vez más hacia el
campo mundial. Por diez años habíamos mantenido obra en Europa.
Ahora, en 1885, los pastores S. N. Haskell y J. O. Corliss, en compa-
ñía de otros obreros fueron enviados a Australia, para abrir obra en
ese continente del hemisferio sur. Dos años más tarde los pastores D.
A. Robinson y C. L. Boyd entraron en África, y el mismo año un lai-
co, el Hno. Abraham La Rue llevó el mensaje a Hong Kong. Luego,
en 1889, algunos colportores comenzaron la obra en Sudamérica.
La misma Hna. White fue llamada al exterior, y viajó a Europa en
1885. Allí pasó dos años y medio viajando, aconsejando, hablando y
escribiendo. En junio de 1887 asistió en Moss (Noruega) al primer
campamento adventista celebrado fuera de los Estados Unidos. Su
ministerio en el extranjero fue altamente apreciado.
Durante la época que abarca el tomo 5 se levantó también consi-
derable oposición de parte de un pequeño grupo de individuos que
años antes habían abandonado nuestras filas. Sus ataques se dirigían
primariamente contra la poseedora del don profético, y contra sus
escritos, los cuales han fortalecido y edificado la iglesia a través de
los años. También durante la década de este tomo, uno de nuestros
principales evangelistas erró el camino y pronto se hallaba dedicado
a destruir la obra que antes se había esforzado por establecer. Dos
comunicaciones escritas por Elena G. de White con el fin de sujetar
a este hombre para que no se lanzara al abismo que le atraía, se
hallan en este libro. Una comienza en la página 539 y la otra en
la 585. El intento de salvarlo fue infructuoso. Se transformó en un
amargo enemigo de Elena de White y el don profético, contra los