Una exhortación
Me lleno de tristeza cuando pienso en nuestra condición como
pueblo. El Señor no nos ha cerrado el cielo, pero nuestro propio
comportamiento extraviado nos ha separado de Dios. El orgullo, la
codicia y el amor del mundo han vivido en el corazón, sin temor a
ser descartados o condenados. Pecados graves y presuntuosos han
encontrado cabida entre nosotros; y, sin embargo, la opinión general
es que la iglesia está floreciente y rodeada de paz y prosperidad
espiritual por todos sus contornos.
La iglesia ha dejado de seguir a Cristo, su Guía, y con paso firme
sigue su retiro hacia Egipto. Sin embargo, son pocos los que se
alarman y asombran por su falta de poder espiritual. La duda, y aun
el descreimiento de los testimonios del Espíritu de Dios, leudan la
iglesia por todos lados. Así lo prefiere Satanás. Los ministros que
predican el yo en lugar de Cristo lo prefieren así. Los testimonios no
se leen, ni se aprecian. Dios os ha hablado. De su Palabra y de los
testimonios, la luz ha brillado, y ambos han sido menospreciados y
[202]
desatendidos. El resultado se ve claro en la falta entre nosotros de
pureza, dedicación y fe fervorosa.
Pregúntese cada cual en su corazón: “¿Cómo hemos caído en
este estado de debilidad y disensión espiritual? ¿No hemos traído
sobre nosotros mismos el enojo de Dios porque nuestras acciones no
corresponden con nuestra fe? ¿No hemos estado buscando el aplauso
del mundo en lugar de la presencia de Cristo y un conocimiento más
profundo de su voluntad? Examinad vuestros propios corazones,
juzgad vuestra propia conducta. Tomad en cuenta la compañía que
escogéis. ¿Procuráis asociaros con mundanos, compañeros que no
temen a Dios ni obedecen el Evangelio?
Vuestra recreación, ¿es de tal índole que imparta vigor moral y
espiritual? ¿Os conduce hacia la pureza de pensamiento y acción?
La impureza cunde hoy por doquiera, hasta entre los profesos segui-
dores de Cristo. Hay un desenfreno de pasiones; las inclinaciones
animales se fortalecen al complacerlas, mientras que la fuerza moral
210