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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
aquí que en las palmas de las manos te tengo esculpida; delante de
mí están siempre tus muros”.
Isaías 49:15, 16
.
Oh, ¡qué maravillosos privilegios se nos otorgan!
¿No nos esforzaremos con todo empeño para formar esta alianza
con Cristo, único medio por el cual se pueden obtener estas bendi-
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ciones? ¿No nos desprenderemos de nuestros pecados por medio
de la justicia, y de nuestras iniquidades volviéndonos al Señor? El
escepticismo y la deslealtad se han difundido por todas partes. Cris-
to preguntó: “Cuando el Hijo del hombre venga, ¿hallará fe en la
tierra?” La permanencia de nuestra fe es la condición de nuestra
unión.
La unión con Cristo mediante una fe viviente es duradera; toda
otra unión perecerá. Cristo nos escogió a nosotros primero pagando
un precio infinito por nuestra redención; y el verdadero creyente
escoge a Cristo como el primero, el último y el mejor en todo; pero
esta unión tiene su precio. El ser orgulloso entra en una unión de
dependencia total. Todos los que entran en esta unión han de sentir
su necesidad de la sangre expiatoria de Cristo. Han de experimentar
un cambio de corazón. Han de someter su voluntad a la voluntad
de Dios. Se llevará a cabo una obra dolorosa de desprendimiento
tanto como de acercamiento. El orgullo, el egoísmo, la vanidad, la
mundanalidad -el pecado en todas sus formas—han de vencerse si
hemos de entrar en unión con Cristo. La razón por la que muchos en-
cuentran la vida cristiana tan lamentablemente dura y porque son tan
veleidosos y variables, es que procuran vincularse a sí mismos con
Cristo sin haberse primero desprendido de sus ídolos acariciados.
Después que se ha formado la unión con Cristo, se ha de pre-
servar sólo mediante la oración constante y el esfuerzo incansable.
Hemos de resistir, negar y conquistar el yo. Por la gracia de Cristo,
por medio del valor, la fe, y la vigilancia podremos ganar la victoria.
Los creyentes se hacen uno con Cristo, pero una rama no pue-
de ser sostenida por otra. El alimento ha de obtenerse a través de
una conexión vital con la vid. Hemos de sentir que dependemos
totalmente de Cristo. Hemos de vivir por fe en el Hijo de Dios. Eso
es lo que significa la amonestación: “Permaneced en mí”. La vida
que vivimos en la carne no es para cumplir la voluntad humana o
para complacer a los enemigos del Señor, sino para servir y honrar a
Aquel que nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros. Un mero