Página 228 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
Llegaréis engañados y seducidos a vuestra ruina eterna, a menos que
os despertéis y con penitencia y profunda humillación, volváis al
Señor.
Una y otra vez se os ha dirigido la voz del cielo. ¿Le obedeceréis?
¿Escucharéis al Testigo fiel que os aconseja procurar el oro probado
en el fuego, la vestidura blanca y el colirio? El oro son la fe y el
amor; la vestidura blanca es la justicia de Cristo; el colirio es el
discernimiento espiritual que os habilitará para rehuir los ardides
de Satanás, para notar el pecado y aborrecerlo, para ver la verdad y
obedecerla.
El letargo mortífero del mundo paraliza vuestros sentidos. El
pecado ya no os parece repulsivo porque Satanás os ha enceguecido.
Pronto se han de derramar los juicios de Dios sobre la tierra. “Escapa
por tu vida” (
Génesis 19:17
), es la amonestación de los ángeles
de Dios. Se oyen otras voces que dicen: “No os excitéis; no hay
causa de alarma especial”. Los que se sienten cómodos en Sion
claman: Paz y seguridad, mientras que el cielo declara que una
rápida destrucción está por sobrecoger al transgresor. Los jóvenes,
los frívolos, los que aman los placeres, consideran estas advertencias
como cuentos ociosos, y las rechazan como una broma. Los padres
se inclinan a creer que sus hijos tienen razón en el asunto, y todos
siguen durmiendo tranquilos. Así sucedió cuando fue destruido el
mundo antiguo, y cuando Sodoma y Gomorra fueron consumidas
por el fuego. En la noche anterior a su destrucción, las ciudades
de la llanura se revolcaban en el placer. Se burlaron de Lot por sus
temores y advertencias. Pero fueron estos escarnecedores los que
perecieron en las llamas. Esa misma noche se cerró para siempre la
puerta de la misericordia para los impíos y descuidados habitantes
de Sodoma.
Dios es quien tiene en sus manos el destino de las almas. No
será siempre burlado; no permitirá que se juegue siempre con él.
Sus juicios ya están sobre la tierra. Fieras y espantosas tempestades
siembran la destrucción y la muerte en su estela. El incendio devora-
dor arrasa el bosque desierto y la ciudad atestada. La tempestad y el
naufragio aguardan a los que viajan en el mar. Accidentes y calami-
dades amenazan a todos los que viajan por tierra. Los huracanes, los
terremotos, la espada y el hambre se siguen en rápida sucesión. Sin
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embargo, los corazones de los hombres se endurecen. No reconocen