Página 229 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Una exhortación
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la voz de advertencia de Dios. No quieren huir al único refugio que
hay para protegerse de la tormenta que se prepara.
Muchos de los que han sido colocados sobre las murallas de
Sion, para observar con ojo de águila la inminencia del peligro y
elevar la voz de amonestación, están ellos mismos dormidos. Los
mismos que debieran ser los más activos y vigilantes en esta hora de
peligro, están descuidando su deber y trayendo sobre sí mismos la
sangre de las almas.
Mis hermanos, cuidado con el corazón pecaminoso dominado
por la incredulidad. La Palabra de Dios es clara y exacta en sus
restricciones; como interfiere con vuestra complacencia egoísta, no
la obedecéis. Los testimonios de su Espíritu os llaman la atención
a las Escrituras, señalan vuestros defectos de carácter, y reprenden
vuestros pecados; por lo tanto, no les hacéis caso. Y para justificar
vuestro comportamiento caracterizado por el amor al placer, em-
pezáis a dudar si los testimonios son de Dios. Si obedecierais sus
enseñanzas, os convenceríais de su procedencia divina. Recordad
que vuestra incredulidad no afecta su veracidad. Si provienen de
Dios, ellos permanecerán. Aquellos que procuran disminuir la fe del
pueblo de Dios en los testimonios, que han estado en la iglesia por
los últimos 36 años, están peleando contra Dios. No es el instrumen-
to a quien despreciáis, sino a Dios, quien os ha hablado mediante
amonestaciones y reprensiones.
En la instrucción dada por nuestro Salvador a sus discípulos hay
palabras de amonestación que se aplican de una manera especial
a nosotros: “Mirad también por vosotros mismos, que vuestros co-
razones no se carguen de glotonería ni embriaguez y de los afanes
de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día”
Lucas
21:34
. Velar, orar, obrar, esta es la verdadera vida de fe. “Orad en
todo tiempo”, es decir, estad siempre en el espíritu de oración, y
entonces estaréis listos para la venida de vuestro Señor.
Los centinelas son responsables por la condición del pueblo. Al
permitirle la entrada al orgullo, la envidia, la duda, y otros pecados,
habrá contienda, odio y toda obra mala. Jesús, el manso y humilde,
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pide que le permitáis entrar como huésped; pero teméis darle la
entrada. El nos ha hablado tanto en el Antiguo como el Nuevo Tes-
tamento; todavía nos habla mediante su Espíritu y sus providencias.