Página 258 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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El crecimiento cristiano
Se me ha mostrado que las personas que tienen un conocimiento
de la verdad, y, sin embargo, dejan que todas sus facultades sean
absorbidas por intereses mundanales, son infieles. No permiten que,
por sus buenas obras, la luz de la verdad resplandezca para otros.
Casi toda su capacidad está dedicada a hacerse astutos y hábiles
hombres del mundo. Se olvidan de que Dios les dio talentos para
que los usasen para el adelanto de su causa. Si fuesen fieles a su
deber, el resultado sería una gran ganancia de almas para el Maestro;
mientras que muchas se pierden por su negligencia.
Dios invita a aquellos que conocen su voluntad a ser hacedores
de su palabra. La debilidad, la tibieza y la indecisión provocan los
asaltos de Satanás; y los que permiten el desarrollo de estos defectos
serán arrastrados, impotentes, por las violentas olas de la tentación.
De cada uno de los que profesan el nombre de Cristo se requiere que
crezca hasta la plena estatura de Cristo, cabeza viviente del cristiano.
Todos necesitamos un guía a través de las muchas estrecheces
de la vida, tanto como el marino necesita un piloto entre los bajíos o
las rocas del río. ¿Dónde puede encontrarse ese guía? Os indicamos
la Biblia, amados hermanos. Inspirada por Dios, escrita por hombres
santos, señala con gran claridad y precisión los deberes tanto de
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los jóvenes como de los mayores. Eleva la mente, enternece el
corazón, e imparte alegría y santo gozo al espíritu. La Biblia presenta
una perfecta norma de carácter; es un guía infalible en todas las
circunstancias, aun hasta el fin del viaje de la vida. Tomadla por
vuestra consejera, como la regla de vuestra vida diaria.
Debemos aprovechar diligentemente todo medio de gracia pa-
ra que el amor de Dios abunde más y más en el alma, “para que
discernáis lo mejor; que seáis sinceros y sin ofensa para el día de
Cristo; llenos de frutos de justicia”.
Filipenses 1:10, 11
. Vuestra vida
cristiana debe asumir formas vigorosas y robustas. Podéis alcanzar
la alta norma que se os presenta en las Escrituras, y debéis hacerlo
si queréis ser hijos de Dios. No podéis permanecer quietos; debéis
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