Página 293 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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La crítica contra los ministros
Un error lleva a otro. Nuestros hermanos tienen que aprender a
actuar con inteligencia y no impulsivamente. La norma no ha de ser
la emoción. El descuido del deber, el consentimiento de una simpatía
indebida, tendrán como consecuencia el olvido del aprecio que se
merecen quienes trabajan para edificar la causa de Dios. Dijo Jesús:
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“Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viene
en su propio nombre, a ése recibiréis”.
Juan 5:43
.
Muchos no consideran la predicación como el medio asignado
por Cristo para instruir a su pueblo y, por consiguiente, algo que
en todo momento ha de tenerse en alta estima. No sienten que el
sermón es la Palabra del Señor para ellos y no lo evalúan basados
en las verdades que se pronuncian; pero lo juzgan como si fuera el
discurso de un abogado ante algún tribunal, enfocando la destreza de
argumentación exhibida y el poder y belleza de las palabras expresa-
das. El ministro no es infalible, pero Dios lo ha honrado haciendo de
él su mensajero. Si no lo escucháis como alguien que ha recibido su
comisión de lo alto, no respetaréis sus palabras ni las recibiréis como
mensaje de Dios. Vuestras almas no se alimentarán del maná celes-
tial; surgirán dudas acerca de algunas cosas que al corazón natural
no le placen, y juzgaréis el sermón como si fuera el comentario de
algún conferenciante u orador político. Tan pronto como termine la
reunión, tendréis en la punta de la lengua alguna queja u observación
sarcástica, mostrando así que el mensaje, por bueno y necesario que
haya sido, no os ha beneficiado. No lo estimáis; habéis adquirido el
hábito de criticar y encontrar faltas, escogiendo lo que os conviene,
y quizá rechazando las: mismas cosas que más necesitáis.
Hay muy poca reverencia por las cosas sagradas tanto en la Aso-
ciación de Upper Columbia (Alta Columbia) como en la Asociación
de North Pacific (Pacífico del Norte). Los instrumentos ordenados
de Dios han sido casi totalmente pasados por alto. Dios no ha insti-
tuido ningún método nuevo para comunicarse con los hijos de los
hombres. Si ellos se desvinculan de las agencias asignadas por el
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