Página 294 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
cielo para reprender los pecados, corregir los errores y señalar cuál
sea el camino del deber, entonces no hay manera de allegarse a ellos
mediante ninguna comunicación celestial. Quedan abandonados a
las tinieblas, entrampados y llevados por el adversario.
Al ministro de Dios se le ordena: “Clama a voz en cuello, no
te detengas; alza tu voz como trompeta, y anuncia a mi pueblo su
transgresión y a la casa de Jacob sus pecados”.
Isaías 58:1
. Acerca
de este pueblo, dice el Señor: “Me buscan cada día, y aparentan
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deleitarse en saber mis caminos, como gente que hubiese hecho
justicia, y que no hubiese dejado la ley de su Dios”.
vers. 2
. He
aquí un pueblo que se ha engañado a sí mismo, que se justifica a
sí mismo, y está dado a la complacencia propia; y al ministro se le
ordena clamar a voz en cuello y denunciar su transgresión. Esta es
una obra que en todas las épocas se ha llevado a cabo en favor del
pueblo, y se necesita ahora más que nunca antes.
Vino palabra de Jehová a Elías; él no buscó ser el mensajero del
Señor, sino que la palabra le llegó a él. Dios siempre tiene hombres
a quienes encomienda su mensaje. Su Espíritu obra en sus corazones
y los constriñe a hablar. Motivados por un celo santo y sobrecogidos
por el fuerte impulso divino que recae sobre ellos, se dedican al
cumplimiento de su deber sin calcular fríamente las consecuencias
que sobrevienen al comunicar al pueblo las palabras que el Señor
les ha dado. Sin embargo, el siervo de Dios pronto cae en cuenta de
que ha arriesgado algo. Descubre que él y su mensaje son objeto de
crítica. Sus gestos, su vida, su propiedad, todo se revisa y sobre todo
se comenta alguna cosa. Su mensaje es desmenuzado y se rechaza
con espíritu de lo más estrecho y profano, como les place a los
hombres en su criterio limitado. ¿Ha hecho el mensaje la obra que
Dios dispuso que hiciera? No; manifiestamente ha fracasado porque
los corazones de sus oyentes no estaban santificados.
Si el rostro del ministro no es de piedra, si no tiene una fe y un
valor indomables, si su corazón no es fortalecido por medio de una
constante comunión con Dios, comenzará a acomodar su testimonio
para complacer los oídos y corazones no santificados de aquellos a
quienes se dirige. Procurando evitar la crítica a que está expuesto, se
separa de Dios y pierde el sentido del favor divino, y su testimonio
se vuelve insípido y sin vigor. Encuentra que su valor y fe han
desaparecido y que su obra carece de poder. El mundo está lleno de