Página 302 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
nocen la gracia de Cristo y él no habita en el corazón por medio de
una fe viviente.
Dice Cristo: “Separados de mí nada podéis hacer” (
Juan 15:5
);
pero, si su divina gracia obra a través de nuestros esfuerzos huma-
nos, todo lo podemos. Su paciencia y mansedumbre compenetrarán
el carácter, difundiendo un resplandor que alumbra y esclarece el
camino hacia el cielo. Contemplando e imitando su vida, somos
renovados a su imagen. La gloria del cielo brillará en nuestras vidas
y se reflejará sobre otros. En el trono de la gracia podemos encontrar
la ayuda que nos capacitará para vivir así. Esta es la santificación
genuina; y ¿qué posición más elevada podrán los mortales anhelar
que la de estar vinculados con Cristo como los pámpanos lo están
con la vid?
He visto un cuadro en el que se representa a un buey parado
entre un arado y un altar, con la siguiente inscripción: “Listo para
cualquiera de los dos”: dispuesto a sofocarse en el surco agobiador
o sangrar en el altar del sacrificio. Esta es la posición en la que han
de hallarse siempre los hijos de Dios: dispuestos a ir a donde los
llame el deber, a negarse a sí mismos y a hacer sacrificios por la
causa de la verdad. La iglesia cristiana fue fundada sobre el principio
del sacrificio. “Si alguno quiere venir en pos de mi”, declara Jesús,
“niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame”
Mateo 16:24
. El exige
el corazón entero, todos los afectos. Las demostraciones de celo,
fervor y trabajo desinteresado que sus seguidores devotos han dado
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ante el mundo, debieran despertar nuestro ardor y llevarnos a imitar
su ejemplo. La religión genuina imparte una seriedad y firmeza de
propósito que amoldan el carácter conforme a la imagen divina y
nos permiten considerar todas las cosas como pérdida para ganar la
excelencia de Cristo. Esta singularidad de propósito resultará ser un
elemento de enorme poder.
Nunca antes se había encomendado a los mortales una verdad
mayor y más solemne que la que nosotros tenemos, y somos respon-
sables por la manera en que la manejamos. Cada uno de nosotros
debiera estar atento a la ganancia de almas. Debiéramos manifestar
el poder de la verdad sobre nuestros propios corazones y caracteres,
a la vez que hacemos todo lo que esté a nuestro alcance para que
otros también lleguen a amarla. Conducir un pecador a Cristo sig-
nifica elevar, dignificar y ennoblecer todo su carácter y hacerlo una