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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
manejar esta clase de bebidas; entonces la reforma de temperancia
se fortalecerá en forma permanente y cabal.
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El amor por el dinero llevará a los hombres a violar su conciencia.
Quizá ese mismo dinero sea llevado a la tesorería del Señor, pero
él no aceptará una ofrenda tal; es una ofensa para él. Fue obtenido
mediante la transgresión de su ley, la cual requiere que el hombre
ame a su prójimo como a sí mismo. No vale que el transgresor se
excuse diciendo que si él no hubiese elaborado el vino o la sidra,
otro lo hubiera hecho, y que su prójimo se hubiera convertido en
borracho de todas maneras. De modo que porque alguien más pondrá
la botella en la boca de su prójimo, ¿se aventurarán los cristianos a
manchar sus vestiduras con la sangre de esas almas y atraer sobre
sí la maldición pronunciada contra los que colocan la tentación en
el camino de hombres errantes? Jesús pide que sus seguidores se
coloquen bajo su bandera y ayuden a destruir las obras del diablo.
El Redentor del mundo, que conoce bien la condición de la
sociedad en los últimos días, nos presenta el comer y el beber como
los pecados que condenan a este mundo. Nos dice que como fue en
los días de Noé, así será en los días en que se manifestará el Hijo
del hombre. “Estaban comiendo y bebiendo, casándose y dándose
en matrimonio, hasta el día en que Noé entró en el arca, y no se
dieron cuenta hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos”.
Mateo
24:38-39
. Esa misma situación existirá en los últimos días, y los que
creen estas advertencias se cuidarán hasta lo máximo para no seguir
un comportamiento que los coloque bajo su condenación.
Hermanos, veamos este asunto a la luz de las Escrituras y ejer-
zamos influencia positiva en favor de la temperancia en todas las
cosas. Las manzanas y las uvas son dones de Dios; se les puede
dar un uso excelente como artículos comestibles, o se puede abusar
de ellas y darles un mal uso. Dios ya está malogrando las viñas y
las cosechas de manzanas debido a las prácticas pecaminosas de
los hombres. Comparecemos ante el mundo como reformadores;
no demos lugar a que los infieles o incrédulos reprochen nuestra fe.
Jesús declaró: “Vosotros sois la sal de la tierra”, “la luz del mundo”.
Demostremos que nuestros corazones y conciencia están bajo la
influencia de la gracia divina, y que nuestras vidas están gobernadas
por los principios puros de la ley de Dios, aunque estos principios
requieran el sacrificio de los intereses temporales.