Página 382 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de él”.
Romanos 8:9
. Todo
aquel que haya gustado las potestades del mundo venidero, sea joven
o anciano, sabio o ignorante, será movido por el espíritu que animaba
a Cristo. El primer impulso del corazón renovado consiste en traer
a otros también al Salvador. Aquellos que no poseen ese deseo
dan muestras de que han perdido su primer amor; deben examinar
detenidamente su propio corazón a la luz de la Palabra de Dios, y
buscar fervientemente un nuevo bautismo del Espíritu; deben orar
por una comprensión más profunda de aquel admirable amor que
Jesús manifestó por nosotros al dejar el reino de gloria, y al venir a
un mundo caído para salvar a los que perecían.
En la viña del Señor hay trabajo para cada uno de nosotros. No
debemos buscar la posición que nos dé los mayores goces o la mayor
ganancia. La verdadera religión está exenta de egoísmo. El espíritu
misionero es un espíritu de sacrificio personal. Hemos de trabajar
dondequiera y en todas partes al máximo de nuestra capacidad, para
la causa de nuestro Maestro.
Tan pronto como una persona se ha convertido realmente a
la verdad, brota en su corazón un ardiente deseo de ir y hablar a
algún amigo o vecino acerca de la preciosa luz que resplandece en
las páginas sagradas. En esta labor abnegada de salvar a otros, es
una epístola viva, conocida y leída de todos los hombres. Su vida
demuestra que se convirtió a Cristo, y llegó a ser colaborador con él.
Como pueblo, los adventistas del séptimo día son generosos y de
corazón ardiente. En la proclamación de la verdad para este tiempo,
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podemos confiar en su simpatía enérgica y bien dispuesta. Cuando
se presenta un objeto digno de su generosidad y se apela a su juicio y
conciencia, se obtiene una respuesta cordial. Sus donativos en favor
de la causa atestiguan que creen que ésta es la causa de la verdad.
Hay, sin embargo, excepciones entre nosotros. No todos los que
profesan aceptar la fe son fervientes y fieles creyentes. Pero esto
sucedía también en los días de Cristo. Aun entre los apóstoles había
un Judas; mas esto no probaba que todos fuesen del mismo carácter.
No tenemos razones para desalentarnos mientras sabemos que
son tan numerosos los que están consagrados a la causa de la verdad,
y que están dispuestos a hacer nobles sacrificios para promoverla.
Pero hay todavía una gran falta, una gran necesidad entre nosotros.
Escasea demasiado el verdadero espíritu misionero. Todos los obre-