Página 41 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

Basic HTML Version

Nuestro colegio
37
No se puede poner límite a nuestra influencia. Un solo acto de
descuido puede ocasionar la ruina de muchas almas. El comporta-
miento de cada obrero en nuestro colegio está causando impresiones
en las mentes de los jóvenes, las cuales son llevadas y reproducidas
en otros. Que sea el objetivo de cada maestro preparar a todo joven
bajo su cuidado para que sea una bendición para el mundo. Este
propósito no se debiera perder de vista jamás. Hay algunos que
profesan estar trabajando por Cristo, pero de vez en cuando se pasan
al lado de Satanás para hacer su obra. ¿Puede el Salvador declarar
que son siervos buenos y fieles? ¿Son ellos como atalayas que dan a
la trompeta un sonido claro?
En el juicio se pagará a todo hombre conforme a las obras hechas
en la carne, sean buenas o malas. Nuestro Salvador nos implora:
“Velad y orad, para que no entréis en tentación”.
Mateo 26:41
. Si
encaramos dificultades y con el poder de Cristo las vencemos; si
encaramos enemigos y con el poder de Cristo los hacemos huir;
si aceptamos responsabilidades y con el poder de Cristo las cum-
plimos fielmente, estamos adquiriendo una preciosa experiencia.
Aprendemos, como no lo hubiéramos podido aprender de ningu-
na otra manera, que nuestro Salvador es un pronto auxilio en las
tribulaciones.
Hay una gran obra que hacer en nuestro colegio, una obra que
requiere la cooperación de todo maestro; y no agrada a Dios que
uno desanime al otro. Pero casi todos parecen olvidar que Satanás
es el acusador de los hermanos, y se unen con el enemigo en su
obra. Mientras los cristianos profesos riñen, Satanás tiende sus redes
[33]
para los pies inexpertos de niños y jóvenes. Aquellos que han tenido
una experiencia religiosa deben procurar proteger a los jóvenes
contra sus artificios. No deben jamás olvidar que en un tiempo
ellos mismos estaban embelesados por los placeres pecaminosos.
Necesitamos la misericordia y paciencia de Dios a cada hora, y
cuán indecoroso es que nosotros nos mostremos impacientes por
los errores de la juventud inexperta. Mientras Dios los soporte, ¿nos
atrevemos nosotros, pecadores como ellos, a desecharlos?
Debemos siempre considerar que la juventud fue comprada por
la sangre de Jesús. Como tales, merecen nuestro amor, paciencia y
simpatía. Si hemos de seguir a Jesús, no podemos limitar nuestro
interés y afecto a nosotros mismos y a nuestras familias; no podemos