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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
al Creador. Las familias tales pueden aferrarse a la promesa: “Yo
honraré a los que me honran”.
1 Samuel 2:30
. Y cuando de un
hogar tal sale el padre a cumplir sus deberes diarios, lo hace con
un espíritu enternecido y subyugado por la conversación con Dios.
El es cristiano, no sólo en lo que profesa, sino en sus negocios y
en todas sus relaciones comerciales. Hace su trabajo con fidelidad,
sabiendo que el ojo de Dios está sobre él.
En la iglesia su voz no guarda silencio. Tiene palabras de gratitud
y estímulo que pronunciar; porque es un cristiano que crece, tiene
una experiencia renovada cada día. Es un obrero activo en la iglesia,
y ayuda, trabajando para la gloria de Dios y la salvación de sus
semejantes. Se sentiría condenado y culpable delante de Dios si
no asistiese al culto público y no aprovechase los medios que le
habilitan para prestar un servicio mejor y más eficaz en la causa de
la verdad.
Dios no queda glorificado cuando los hombres de influencia se
transforman en meros negociantes, o ignoran los intereses eternos,
que son más duraderos, y son tanto más nobles y elevados que los
temporales. ¿Dónde debiera ejercerse el mayor tacto y habilidad,
sino en las cosas imperecederas, tan duraderas como la eternidad?
Hermanos, desarrollad vuestro talento para servir al Señor; manifes-
tad tanto tacto y capacidad al trabajar para la edificación de la causa
de Cristo como lo hacéis en las empresas mundanales.
Lamento decir que hay gran falta de fervor e interés en las cosas
espirituales, de parte de las cabezas de muchas familias. Hay algunos
que se encuentran rara vez en la casa de culto. Presentan una excusa,
luego otra, y aun otra, por su ausencia; pero la verdadera razón es
que su corazón no tiene inclinación religiosa. No cultivan un espíritu
de devoción en la familia. No crían a sus hijos en la enseñanza y la
admonición del Señor. Esos hombres no son lo que Dios quisiera que
fuesen. No tienen relación viva con él; son puramente negociantes.
No tienen espíritu conciliador; hay tanta falta de mansedumbre,
bondad y cortesía en su conducta que sus motivos se prestan a
ser mal interpretados, y hasta se habla mal del bien que realmente
poseen. Si pudiesen darse cuenta de cuán ofensiva es su conducta a
la vista de Dios, harían un cambio.
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La obra de Dios debiera ser hecha por hombres que tienen una
experiencia diaria y viva en la religión de Cristo. “Sin mí -dice