Los padres y la disciplina
Se me ha mostrado que muchos de los padres que profesan creer
el solemne mensaje para este tiempo no han educado a sus hijos
para Dios. No han ejercido control sobre sí mismos y se han irritado
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contra cualquiera que procurase refrenar a sus hijos. No han sujetado
a sus hijos sobre el altar del Señor diariamente por medio de una fe
viva. A muchos de estos jóvenes se les ha permitido transgredir el
cuarto mandamiento buscando sus propios deleites en el día santo
de Dios. No han experimentado ninguna compunción de conciencia
al rondar por las calles el día sábado en busca de diversión. Muchos
van a donde les place y hacen lo que les viene en gana y sus padres
temen tanto disgustarlos que imitando la conducta de Elí, no les
imponen exigencias de ninguna clase.
Estos jóvenes finalmente pierden todo respeto por el sábado,
como también su gusto por las reuniones religiosas o por las cosas
de carácter sagrado y eterno. Si sus padres los reprenden, aunque
sea ligeramente, ellos se protegen relatando las faltas de algunos
miembros de iglesia. En lugar de acallar la primera tentativa de esta
índole, los padres más bien piensan tal como sus hijos; si éste o aquél
fueran perfectos, sus hijos serían buenos. En lugar de esto, deberían
enseñarles que los pecados de otros no son excusa para ellos. Cristo
es el único modelo. Las faltas de muchos no excusarán ni una de sus
faltas ni aminorarán su culpabilidad. Dios les ha dado una norma
que es perfecta, noble y elevada. Esta la tienen que alcanzar, sin
importarles el comportamiento de los demás. Pero muchos padres
parecen perder su juicio y criterio por causa de su apego a sus hijos y,
a través de esta juventud engreída, egoísta y mal gobernada, Satanás
obra eficazmente para arruinar a los padres. Se me llamó la atención
a la ira de Dios que descendió sobre los incrédulos y desobedientes
del Israel antiguo. Claramente se les había encomendado el deber
de instruir a sus hijos. Este encargo es igualmente obligatorio para
los padres en esta generación. “Escucha, pueblo mío, mi enseñanza;
inclinad vuestro oído a las palabras de mi boca. Abriré mi boca
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