Página 467 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Josué y el ángel
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del mundo? Mira los pecados que han señalado su vida. Contempla
su egoísmo, su malicia, su odio mutuo”.
Los hijos de Dios han sido muy deficientes en muchos aspectos.
Satanás tiene un conocimiento exacto de los pecados que él los indu-
jo a cometer, y los presenta de la manera más exagerada, declarando:
“¿Me desterrará Dios a mí y a mis ángeles de su presencia, y, sin
embargo, recompensará a aquellos que han sido culpables de los
mismos pecados? Tú no puedes hacer esto con justicia, oh Señor.
Tu trono no subsistirá en rectitud y juicio. La justicia exige que se
pronuncie sentencia contra ellos”.
Pero aunque los seguidores de Cristo han pecado, no se han
entregado al dominio del mal. Han puesto a un lado sus pecados,
han buscado al Señor con humildad y contrición y el Abogado di-
vino intercede en su favor. El que ha sido el más ultrajado por su
ingratitud, el que conoce sus pecados y también su arrepentimiento,
declara: “‘¡Jehová te reprenda, oh Satán!’ Yo di mi vida por estas
almas. Están esculpidas en las palmas de mis manos”.
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Los asaltos de Satanás son vigorosos, sus engaños terribles;
pero el ojo del Señor está sobre sus hijos. Su aflicción es grande,
las llamas del horno parecen estar a punto de consumirlos; pero
Jesús los sacará como oro probado en el fuego. Su índole terrenal
debe ser eliminada, para que la imagen de Cristo pueda reflejarse
perfectamente; deben vencer la incredulidad; han de desarrollar fe,
esperanza y paciencia.
Los hijos de Dios están suspirando y clamando por las abomi-
naciones hechas en la tierra. Con lágrimas advierten a los impíos el
peligro que corren al pisotear la ley divina, y con indecible tristeza
se humillan delante del Señor a causa de sus propias transgresiones.
Los impíos se burlan de su pesar, ridiculizan sus solemnes súpli-
cas y se mofan de lo que llaman debilidad. Pero la angustia y la
humillación de los hijos de Dios dan evidencia inequívoca de que
están recobrando la fuerza y nobleza de carácter perdidas como
consecuencia del pecado. Porque se están acercando más a Cristo y
sus ojos están fijos en su perfecta pureza, disciernen tan claramente
el carácter excesivamente pecaminoso del pecado. Su contrición
y humillación propias son infinitamente más aceptables a la vista
de Dios que el espíritu de suficiencia propia y altanero de aquellos
que no ven causa para lamentarse, que desprecian la humildad de