Página 468 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

Basic HTML Version

464
Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
Cristo y se creen perfectos mientras pisotean la santa ley de Dios.
La mansedumbre y humildad de corazón son las condiciones para
tener fuerza y alcanzar la victoria. La corona de gloria aguarda a
aquellos que se postran al pie de la cruz. Bienaventurados son los
que lloran; porque serán consolados.
Los fieles, que se encuentran orando, están, por así decirlo, en-
cerrados con Dios. Ellos mismos no saben cuán seguramente están
escudados. Incitados por Satanás, los gobernantes de este mundo
procuran destruirlos; pero si pudiesen abrírseles los ojos, como se
abrieron los del siervo de Eliseo en Dotán, verían a los ángeles de
Dios acampados en derredor de ellos, manteniendo en jaque a la
hueste de las tinieblas con su resplandor y gloria.
Mientras los hijos de Dios afligen sus almas delante de él, supli-
cando pureza de corazón, se da la orden: “Quitadle esas vestiduras
viles”, y se pronuncian las alentadoras palabras: “Mira que he quita-
do de ti tu pecado, y te he hecho vestir de ropas de gala”
Zacarías 3:4
.
[450]
Se pone sobre los tentados, probados, pero fieles hijos de Dios, el
manto sin mancha de la justicia de Cristo. El remanente despreciado
queda vestido de gloriosos atavíos, que nunca han de ser ya conta-
minados por las corrupciones del mundo. Sus nombres permanecen
en el Libro de la Vida del Cordero, registrados entre los fieles de
todos los siglos.
Han resistido los lazos del engañador; no han sido apartados de
su lealtad por el rugido del dragón. Ahora están eternamente seguros
de los designios del tentador. Sus pecados han sido transferidos al
originador de ellos.
Y ese residuo no sólo es perdonado y aceptado, sino honrado.
Una “mitra limpia” es puesta sobre su cabeza. Han de ser reyes y
sacerdotes para Dios. Mientras Satanás estaba insistiendo en sus
acusaciones y tratando de destruir esta hueste, los ángeles santos, in-
visibles, iban de un lado a otro poniendo sobre ellos el sello del Dios
viviente. Ellos han de estar sobre el monte de Sión con el Cordero,
teniendo el nombre del Padre escrito en sus frentes. Cantan el nuevo
himno delante del trono, ese himno que nadie puede aprender sino
los ciento cuarenta y cuatro mil que fueron redimidos de la tierra.
“Estos son los que siguen al Cordero por donde quiera que va. Estos
fueron comprados de entre los hombres por primicias para Dios y