Página 499 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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La educación de nuestros hijos
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El enemigo ha obrado a sus anchas con su hija y sus redes la
han atado como fajas de acero, y para salvarla habrá que realizar un
esfuerzo decidido y perseverante. Para lograr el éxito en este caso, no
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puede hacerse un trabajo a medias. Los hábitos que se han arraigado
por años no son fáciles de romper. Debe colocársela donde se ejerza
constantemente (en favor de ella) una influencia estable, firme y
duradera. Yo le aconsejaría que la mande al colegio que está en
_____; permítale disfrutar la disciplina del internado. Es allí donde
debió haber estado desde hace años. El internado se administra
bajo un plan que lo convierte en un buen hogar. Este hogar quizá
no satisfaga las inclinaciones de algunos, pero esto se debe a que
han sido educados en base a falsas teorías, de la complacencia y
satisfacción personales, y todos sus hábitos y costumbres están mal
encauzados. Pero, mi apreciada hermana, nos estamos acercando al
tiempo del fin y lo que ahora deseamos no es satisfacer el gusto del
mundo, sino más bien cumplir los deseos de Dios, comprender lo
que dicen las Escrituras, y luego caminar de acuerdo a la luz que
Dios nos ha dado. Nuestras tendencias, costumbres y prácticas, no
han de ocupar un lugar de preferencia. Nuestra norma es la Palabra
de Dios.
En lo que concierne a la salud de su hija, los hábitos correctos le
asegurarán una buena salud, mientras que los incorrectos le ocasio-
narán la ruina en esta vida y para la vida futura de inmortalidad. Hay
un cielo que ganar y un infierno que evitar; y cuando usted, en el
temor de Dios, haya hecho todo lo posible, entonces puede esperar
que Dios haga su parte. La acción decisiva ahora podría salvar un
alma de la muerte.
Su hija necesita una influencia firme para contrarrestar el as-
cendiente de la compañía que tanto ama. Requerirá esfuerzos tan
decididos para curarla de este desorden mental como los que se
requieren para sanar a un ebrio de su deseo por el licor. Usted tiene
una obra que hacer que nadie más puede realizar por usted, y ¿de-
jará de hacerla? ¿Obrará usted en el nombre del Señor por su hija,
como si lo estuviera haciendo por un alma que está en peligro de
la perdición eterna? Si ella fuera una niña que amara a Dios, que
ejerciera el dominio propio, su peligro no sería tan grande. Pero a
ella no le agrada pensar en Dios, en su deber ni en el cielo. Insiste en
hacer su propia voluntad. No procura diariamente fuerza de lo alto