Página 575 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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La educación de los obreros
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una poderosa influencia para el bien. No beberá en una corriente
baja, turbia o corrompida, sino en las aguas puras y excelsas de la
Fuente principal, y podrá comunicar nueva vida y poder a la iglesia.
A medida que aumente la presión del exterior, Dios quiere que
su iglesia sea vivificada por las verdades sagradas y solemnes que
cree. El Santo Espíritu del cielo, obrando con los hijos y las hijas de
Dios, superará obstáculos y retendrá el terreno ventajoso contra el
enemigo. Dios tiene grandes victorias en reserva para sus hijos que
amen la verdad y guarden sus mandamientos. Los campos están ya
blanqueando para la siega. Tenemos luz y ricos y gloriosos dones
del cielo en la verdad preparada para nuestras manos; pero no se
han educado y disciplinado hombres y mujeres para trabajar en los
campos que están madurando rápidamente.
Dios sabe con qué fidelidad y espíritu de consagración cumple
cada uno su misión. No hay lugar para los perezosos en esta gran
obra. No hay lugar para los que traten de complacerse a sí mismos,
o que sean incapaces de tener éxito en ninguna vocación de la vida;
ningún lugar para hombres tibios, que no sean fervientes de espíritu,
dispuestos a soportar penurias, oposición, oprobio o aun la muerte
por amor de Cristo. El ministerio cristiano no es lugar para los
zánganos. Hay una clase de hombres que intentan predicar, que son
negligentes, descuidados e irreverentes. Sería mejor que cultivasen
el suelo en vez de enseñar la sagrada verdad de Dios.
Pronto los jóvenes deberán llevar las cargas que han soportado
los ancianos. Hemos perdido el tiempo al descuidar de traer a hom-
bres jóvenes al frente, y darles una educación más elevada y sólida.
La obra está progresando constantemente y debemos obedecer la
orden: “¡Id adelante!” Mucho bien podría hacer la juventud que está
afirmada en la verdad, que no se deja influir fácilmente ni apartar de
lo recto por cuanto la rodea, sino que anda con Dios, ora mucho y
hace los más fervientes esfuerzos para recibir toda la luz que puede.
El obrero debe ser preparado para emplear las más excelsas
energías mentales y morales con que la naturaleza, la cultura y la
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gracia de Dios le hayan dotado; pero su éxito será proporcional
al grado de consagración y sacrificio con que haga la obra, más
bien que a sus dotes naturales y adquiridas. Necesitamos hacer los
esfuerzos más fervientes y continuos para adquirir cualidades que
nos hagan útiles; pero a menos que Dios obre con los esfuerzos