La confesión aceptable
“El que encubre sus pecados no prosperará, pero el que los
confiesa y se aparta alcanzará misericordia”.
Proverbios 28:13
.
Las condiciones para obtener la misericordia son sencillas, justas
y razonables. El Señor no requiere que hagamos alguna cosa penosa
para que obtengamos el perdón del pecado. No es necesario que
hagamos largos y fatigadores peregrinajes o dolorosas penitencias
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para encomendar nuestras almas al Dios del cielo o para expiar
nuestra transgresión; pero el que confiesa su pecado y se aparta
de él, hallará misericordia. Esta es una preciosa promesa, dada al
hombre caído para animarlo a confiar en el Dios de amor y a buscar
la vida eterna en su reino.
Leemos cómo Daniel, el profeta de Dios, era un hombre “muy
amado” (
Daniel 9:23
) por el cielo. Ocupaba un puesto elevado en
las cortes de Babilonia y sirvió y honró a Dios tanto en la prosperi-
dad como en la adversidad y, sin embargo, se humilló a sí mismo
y confesó su propio pecado y el pecado de su pueblo. Contristado
de corazón, reconoció: “Hemos pecado, hemos cometido iniquidad,
hemos obrado perversamente, hemos sido rebeldes, y nos hemos
apartado de tus mandamientos y de tus ordenanzas. No hemos obede-
cido a tus siervos los profetas, que en tu nombre hablaron a nuestros
reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres y a todo el pueblo de la
tierra. A tí, Señor, la justicia y a nosotros la vergüenza en el rostro,
como en el día de hoy lleva todo hombre de Judá, los moradores
de Jerusalén, y todo Israel, los de cerca y los de lejos, en todas las
tierras adonde los has echado a causa de las rebeliones con que se
rebelaron contra tí”
Daniel 9:1-7
.
Daniel no procuró excusarse a sí mismo o a su pueblo ante Dios;
sino que en humildad y contrición de alma confesó la magnitud
completa y el demérito de sus transgresiones, y defendió como justa
la manera en que Dios actuó con una nación que había invalidado
sus demandas y que no se beneficiaría con sus ruegos.
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