Página 68 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
tado. El 23 de octubre de 1879, el Señor me dio un impresionante
testimonio concerniente a la iglesia de Battle Creek. Los últimos
meses que estuve con vosotros sentí pesar por la iglesia, mientras
que aquellos que debieron haberse conmovido hasta lo más profun-
do de sus almas estaban en relativa calma y despreocupados. No
sabía qué hacer ni qué decir. No confiaba en el comportamiento que
muchos tenían por cuanto estaban haciendo aquellas cosas que el
Señor les había advertido que no hicieran.
El Dios que conoce su condición espiritual declara: Han aca-
riciado el mal y se han separado de mí. Cada uno de ellos se ha
descarriado. No hay ni uno que no sea culpable. Me han abandonado
a mí, la Fuente de aguas vivas, y han cavado para sí cisternas rotas
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que no retienen agua. Muchos se han corrompido ante mí. La envi-
dia, el odio del uno hacia el otro, los celos, las suposiciones malignas,
la rivalidad, las contiendas, la amargura, es el fruto que llevan. Y no
harán caso del testimonio que yo les envío. No se percatarán de su
perverso proceder ni se arrepentirán para que yo los sane.
Muchos se jactan de los largos años durante los cuales han profe-
sado la verdad. Sienten ahora que tienen derecho a una recompensa
por las pruebas y la obediencia del pasado. Pero esta experiencia
genuina en las cosas de Dios en años pasados los hace más culpables
ante él por no haber retenido su integridad y avanzado hacia la per-
fección. La fidelidad del pasado año nunca cubrirá el descuido del
año en curso. La veracidad de un hombre el día de ayer no cubrirá
su falsedad del día de hoy.
Muchos excusaron su descuido de los testimonios diciendo: “La
hermana White está bajo la influencia de su marido; los testimo-
nios son forjados por el espíritu y criterio de él”. Otros procuraban
aprovecharse de alguna cosa de mí, la cual pudiera prestarse para
justificar su proceder o ganarles alguna influencia. Fue entonces
cuando decidí que nada más brotaría de mi pluma hasta que se echa-
se de ver el poder de Dios dentro de la iglesia. Pero el Señor colocó
un peso sobre mi alma. Trabajé en vuestro favor con todo empeño.
Cuánto costó esto tanto a mi marido como a mí, lo revelará sólo la
eternidad. ¿Acaso no tengo yo conocimiento del estado de la iglesia,
cuando el Señor me ha presentado su caso repetidas veces a través
de los años? Aunque se han dado continuas amonestaciones, sin
embargo no ha habido un cambio decidido.