Página 688 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
Si para los seres creados fuese posible obtener una comprensión
plena de Dios y sus obras, después de lograrla no habría para ellos
mayor descubrimiento de la verdad, ni crecimiento en el conoci-
miento, ni ulterior desarrollo del intelecto o el corazón. Dios no
sería ya supremo; y los hombres, habiendo alcanzado el límite del
conocimiento y del progreso, dejarían de avanzar. Demos gracias
a Dios de que no es así. Dios es infinito; en él están “escondidos
todos los tesoros de sabiduría y conocimiento”.
Colosenses 2:3
. Y
durante toda la eternidad los hombres podrán estar investigando y
aprendiendo siempre, y sin embargo no podrán agotar los tesoros de
su sabiduría, bondad y poder.
Dios quiere que, aun en esta vida, la verdad se vaya desarrollando
siempre ante su pueblo. Hay tan sólo una manera en que puede
obtenerse este conocimiento. Podemos alcanzar a comprender la
Palabra de Dios únicamente por la iluminación de aquel Espíritu por
el cual fue dada la Palabra. “Nadie conoció las cosas de Dios, sino
el Espíritu de Dios;” “porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo
profundo de Dios”. Y la promesa del Salvador a quienes le siguen
es: “Cuando viniere aquel Espíritu de verdad, él os guiará a toda
verdad;... porque tomará de lo mío, y os lo hará saber”
1 Corintios
2:11, 10
;
Juan 16:13, 14
.
Dios desea que el hombre ejercite sus facultades de raciocinio; y
el estudio de la Biblia fortalecerá y elevará el intelecto como nin-
gún otro estudio puede hacerlo. Es el mejor ejercicio intelectual y
espiritual para la mente humana. Sin embargo, no debemos endiosar
la razón, que está sujeta a la debilidad y flaqueza de la humanidad.
Si no queremos que las Escrituras queden veladas para nuestro en-
tendimiento, de manera que no podamos comprender las más claras
verdades, debemos tener la sencillez y fe de un niñito, estar listos
para aprender y solicitar la ayuda del Espíritu Santo. Un sentido del
poder y la sabiduría de Dios y de nuestra incapacidad para com-
prender su grandeza, debe inspirarnos humildad, y debemos abrir
su Palabra con tanta reverencia como si entráramos en su presencia.
Cuando acudimos a la Biblia, la razón debe reconocer una autoridad
superior a ella, y el corazón y el intelecto deben inclinarse ante el
gran YO SOY.
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Progresaremos en el verdadero conocimiento espiritual tan sólo
en la medida en que comprendamos nuestra propia pequeñez y nues-