Página 70 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

Basic HTML Version

66
Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
habían llegado cartas particulares explicándole los hechos tal como
eran y, en su respuesta, él estableció principios generales, que de
ser aceptados, corregirían los males existentes. Con gran ternura
y sabiduría los exhortó a ser de una misma opinión para que no
hubiera divisiones entre ellos.
Pablo era un apóstol inspirado, sin embargo, Dios no siempre
le reveló la condición exacta en que se hallaba su pueblo. Aquellos
[62]
que estaban interesados en la prosperidad de la iglesia, y se dieron
cuenta de la maldad que se insinuaba, le presentaron el asunto; y
basado en la luz que él había recibido previamente, estaba listo para
determinar el verdadero carácter de los acontecimientos. El Señor no
le dio una nueva revelación para aquella ocasión específica, pero esto
no fue razón para que los que realmente buscaban la luz rechazasen
su mensaje como si fuese una carta común y corriente. De ninguna
manera. El Señor le había mostrado las dificultades y peligros que
surgirían en las iglesias, para que al presentarse éstos, él supiese
cómo manejarlos.
Pablo estaba dispuesto para la defensa de la iglesia. Debía velar
por las almas como uno que tiene que dar cuenta a Dios, ¿y acaso
no le correspondía estar al tanto de los informes concernientes a su
estado de anarquía y división? ¡Seguro que sí! y la reprensión que les
comunicó por escrito fue tan inspirada por el Espíritu Santo como
cualquiera de sus otras epístolas. Pero cuando estas amonestaciones
fueron recibidas, hubo algunos que no admitieron ser corregidos. El
punto de vista que asumieron fue que Dios no les había hablado por
intermedio de Pablo, que él sencillamente les había comunicado su
opinión como hombre, y consideraban que el criterio de ellos era
tan aceptable como el de Pablo.
Así sucede con muchos de nuestro pueblo que se han apartado
de los antiguos hitos y han seguido sus propios consejos. ¡Cuán
grande alivio sentirían los tales si pudiesen apaciguar su concien-
cia creyendo que mi obra no es de Dios! Pero vuestra credulidad
no cambiará la verdad del caso. Sois deficientes en carácter, y en
experiencia moral y religiosa. Cerrad vuestros ojos ante el hecho si
así lo queréis, pero esto no os hará ni una pizca más perfectos. El
único remedio es que seáis lavados en la sangre del Cordero.
Si procuráis echar a un lado el consejo de Dios para satisfaceros
a vosotros mismos, si menoscabáis la confianza del pueblo de Dios