Página 71 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Los testimonios menospreciados
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en los testimonios que él les ha enviado, os estáis rebelando contra
Dios tan seguramente como lo hicieron Coré, Datán y Abiram. Voso-
tros conoceis la historia. Sabéis cuán obstinados eran en sus propias
opiniones. Decidieron que su criterio era mejor que el de Moisés y
que Moisés le estaba causando gran daño a Israel. Aquellos que se
unieron con ellos estaban tan fijos en sus opiniones que, a despecho
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de los juicios de Dios que de una manera señalada destruyeron a
los dirigentes y príncipes, a la mañana siguiente los sobrevivientes
vinieron a donde estaba Moisés y dijeron: “Vosotros habeis dado
muerte al pueblo de Jehová”.
Números 16:41
. Vemos así cuán te-
mible es el engaño que puede envolver a la mente humana. ¡Cuán
difícil se hace convencer a las almas que han sido imbuidas por un
espíritu que no es del Señor! Como embajadora de Cristo, os digo:
Cuidado con los puntos de vista de que os hacéis partidarios. Esta
es la obra de Dios y a él tenéis que rendir cuenta por la manera en
que habéis tratado su mensaje.
Cuando estaba al pie del lecho de muerte de mi marido, me di
cuenta de que si otros hubieran hecho su parte, él hubiera vivido.
Entonces rogué, con agonía de alma, que los que estaban presentes
no siguieran contristando al Espíritu de Dios mediante su dureza
de corazón. Unos días después yo misma encaraba la muerte. En
aquellos momentos tuve clarísimas revelaciones de Dios respecto
a mí misma y con relación a la iglesia. En un estado de gran de-
bilidad os rendí mi testimonio, no sabiendo si sería esa mi última
oportunidad. Los habéis olvidado de aquella solemne ocasión? Yo
no puedo olvidarla jamás, porque me pareció haber sido llevada ante
el tribunal de Cristo. Vuestro estado descarriado, vuestra dureza de
corazón, vuestra falta de armonía en amor y espiritualidad, vuestro
alejamiento de la sencillez y pureza que Dios anhela que preservéis,
yo lo sabía todo; lo sentía todo. Entre vosotros existían la crítica,
la censura, la envidia, y la lucha por los puestos más elevados. Yo
me había dado cuenta y sabía a lo que esto os llevaría. Me temía
que el esfuerzo hecho me costara la vida, pero el interés en vosotros
me impelió a hablar. Dios os habló en aquel día. ¿Os causó una
impresión duradera?
Al viajar a Colorado estaba tan afanada por vosotros que, débil
como me sentía, escribí muchas páginas, las cuales habrían de leerse
en el congreso campestre. Débil y temblorosa, me levanté a las