Página 72 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
tres de la mañana para escribiros. Dios os hablaba por medio de
un instrumento de barro. Podéis decir que esta comunicación era
solamente una carta. Sí, en efecto, era una carta, pero una que había
sido impulsada por el Espíritu de Dios, con el propósito de presentar
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ante vuestras mentes las cosas que me habían sido mostradas. En
estas cartas que yo os escribo, en los testimonios que os rindo, os
presento lo que el Señor me ha presentado a mí. Yo no escribo ni un
artículo en el periódico expresando meramente mis propias ideas.
Representan lo que Dios ha abierto ante mí en visión: los rayos
preciosos de luz que brillan desde el trono.
Al llegar a la ciudad de Oakland me sentía apesadumbrada al
pensar en el estado de cosas que existía en Battle Creek, y me sentí
débil e incapaz de ayudaros. Sabía que la levadura de la incredulidad
estaba obrando. Aquellos que despreciaban las claras amonesta-
ciones de la Palabra de Dios estaban despreciando los testimonios
que les instaban a poner atención a dicha Palabra. Cuando estuve
de visita en Healdsburg el invierno pasado, oré mucho y me sentí
oprimida por la ansiedad y el pesar. Pero en cierta ocasión, mientras
oraba, el Señor disipó la lobreguez y un gran resplandor iluminó mi
cuarto. Un ángel del Señor apareció a mi lado, y me parecía estar
en Battle Creek. Me encontré en vuestros concilios; oí las palabras
que se pronunciaban y vi y oí cosas que, de haberlo permitido el
Señor, hubiera deseado que fueran para siempre borradas de mi
memoria. Mi alma estaba tan herida que no sabía qué hacer ni qué
decir. Algunas cosas sencillamente no las puedo ni mencionar. Se
me pidió que no dijera nada a nadie en cuanto a esto, porque faltaba
mucho por desarrollarse.
Se me dijo que reuniera la luz que me había sido impartida
y que dejara que sus rayos brillaran sobre el pueblo de Dios. Es
precisamente lo que he estado haciendo a través de los artículos
publicados en los periódicos. Me levanté a las tres de la mañana
casi todos los días durante meses y recogí todo lo que había escrito
después de los últimos dos testimonios que me fueron dados en
Battle Creek. Puse por escrito estos asuntos y os los remití de prisa;
pero no me cuidé debidamente y el resultado fue que desmayé bajo
la carga; me fue imposible terminar los escritos y hacerlos llegar a
vosotros con tiempo para la Sesión de la Asociación General.