Página 715 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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El don inestimable
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menos que exclamar con el apóstol: “¡Gracias a Dios por su don
inefable!”
1 Corintios 2:9
;
2 Corintios 9:15
.
Así como el plan de la redención comienza y termina con un
don, así debe ser llevado a cabo. El mismo espíritu de sacrificio que
compró la salvación para nosotros, morará en el corazón de los que
lleguen a participar del don celestial. Dice el apóstol Pedro: “Cada
uno según el don que ha recibido, adminístrelo a los otros, como
buenos dispensadores de las diferentes gracias de Dios”.
1 Pedro
4:10
. Dijo Jesús a sus discípulos al enviarlos: “De gracia recibisteis,
dad de gracia”.
Mateo 10:8
. En aquel que simpatice plenamente
con Cristo, no habrá egoísmo ni exclusivismo. El que beba del agua
viva hallará que “será en él una fuente de agua que salte para vida
eterna”.
Juan 4:14
. El Espíritu de Cristo es en él como un manantial
que brota en el desierto y fluye para refrigerar a todos, y hacer que
los que están por perecer deseen beber del agua de la vida. Fue el
mismo espíritu de amor y abnegación que había en Cristo el que
impulsó al apóstol Pablo en sus múltiples labores. “A griegos y a
bárbaros, a sabios y a no sabios” -dijo- “soy deudor”. “A mí, que
soy menos que el más pequeño de todos los santos, es dada esta
gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables
riquezas de Cristo”
Romanos 1:14
;
Efesios 3:8
.
Nuestro Señor quiso que su iglesia reflejase al mundo la plenitud
y suficiencia que hallamos en él. Constantemente estamos recibiendo
de la bondad de Dios, y al impartir de la misma hemos de representar
al mundo el amor y la beneficencia de Cristo. Mientras todo el
cielo está en agitación, enviando mensajeros a todas las partes de la
tierra para llevar adelante la obra de redención, la iglesia del Dios
viviente debe colaborar también con Cristo. Somos miembros de
su cuerpo místico. El es la cabeza, que rige todos los miembros del
cuerpo. Jesús mismo, en su misericordia infinita, está obrando en los
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corazones humanos, efectuando transformaciones espirituales tan
asombrosas que los ángeles las miran con asombro y gozo. El mismo
amor abnegado que caracteriza al Maestro se ve en el carácter y la
vida de sus discípulos. Cristo espera de los hombres que participen
de su naturaleza divina, mientras están en este mundo, de modo que
no sólo reflejen su gloria para alabanza de Dios, sino que iluminen
las tinieblas del mundo con el resplandor del cielo. Así se cumplirán
las palabras de Cristo: “Vosotros sois la luz del mundo”.
Mateo 5:14
.