Página 88 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
poco el valor de las almas y sienten poca responsabilidad por su
salvación, y han intentado desviar a los jóvenes del camino por el
cual el Señor ha procurado conducirlos.
La remuneración de los profesores bien calificados es mucho
más elevada que la de nuestros ministros, y el profesor no trabaja
tan arduamente ni se somete a las inconveniencias como lo hace el
ministro que se entrega totalmente a la obra. Estas cosas han sido
presentadas ante los jóvenes, se les ha animado a desconfiar de Dios
y no creer en sus promesas. Muchos han escogido el camino más
fácil y se han preparado para enseñar las ciencias o para buscar otro
tipo de trabajo en lugar de dedicarse a la predicación de la verdad.
De esta manera la obra de Dios ha sido estorbada por profesores
no consagrados, que profesan creer la verdad pero que no la aman
de corazón. Al joven educado se le enseña a considerar que sus
aptitudes son demasiado valiosas para ser dedicadas al servicio
de Cristo. ¿Pero acaso no tiene Dios algún derecho sobre ellos?
¿Quién les dio la fuerza para obtener esa disciplina mental y esas
habilidades? ¿Poseen estas cosas aparte de Dios?
Hay muchos jóvenes que no saben nada del mundo, no conocen
sus propias debilidades, ni tienen noción de su futuro, y sin embargo
no sienten la necesidad de una mano divina que les señale el camino.
Este tipo de joven se considera a sí mismo completamente capa-
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citado para guiar su propia embarcación por el mar embravecido.
No olviden estos jóvenes que, no importa a dónde vayan, estarán
siempre dentro del dominio de Dios. No son libres para escoger lo
que quieren sin tomar en cuenta la voluntad de su Creador.
El talento siempre se desarrolla mejor y se aprecia más donde
más se necesita. Sin embargo, esta verdad la ignoran muchos de los
que aspiran con ansias a recibir distinción. Aunque son superficiales
tanto en experiencia religiosa como en logros intelectuales, su miope
ambición codicia una esfera de acción más elevada que aquella en
la cual los ha colocado la divina Providencia. El Señor no los llama
a soportar las tentaciones presentadas por el honor mundanal y los
puestos elevados, como lo hizo con José y Daniel. No obstante, se
esfuerzan por ocupar puestos peligrosos y abandonan el único puesto
del deber para el cual están capacitados.
El llamado macedónico nos llega de todos lados. El urgente lla-
mado que nos llega de oriente y occidente es: “Enviadnos obreros”.