Página 125 - Testimonios Selectos Tomo 5 (1932)

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Capítulo 24—Llamados a ser testigos
En un sentido muy especial, los adventistas del séptimo día han
sido colocados en el mundo como centinelas y transmisores de luz.
A ellos ha sido confiada la tarea de dirigir la última amonestación
a un mundo que perece. La Palabra de Dios proyecta sobre ellos
una luz maravillosa. Una obra de la más grande importancia les ha
sido confiada: Proclamar los mensajes del primero, segundo y tercer
ángeles. Ninguna otra obra puede ser comparada con ésta, y nada
debe desviar nuestra atención de ella.
Las verdades que debemos proclamar al mundo son las más
solemnes que jamás hayan sido confiadas a seres mortales. Nues-
tra tarea consiste en proclamar estas verdades. El mundo debe ser
amonestado, y para eso, el pueblo de Dios tiene que ser fiel a su
cometido. No debe dejarse arrastrar a la especulación, ni asociarse a
los incrédulos en empresas comerciales; porque eso entorpecería su
acción en la obra de Dios.
Cristo dice a los suyos: “Vosotros sois la luz del mundo.”
Mateo
5:14
. No es un hecho de poca importancia el que Dios nos haya
revelado, con tanta claridad, sus planes y sus consejos. Comprender
la voluntad de Dios, tal como está revelada en la segura palabra
profética, es para nosotros un maravilloso privilegio, pero al mismo
tiempo coloca sobre nosotros una pesada responsabilidad. Dios
espera que impartamos a otros el conocimiento que nos ha dado.
Según su plan, los factores divinos y humanos deben unirse para la
proclamación del mensaje de amonestación.
En la medida de las oportunidades que se le ofrecen, cualquiera
que haya recibido la luz de la verdad, carga con la misma responsabi-
lidad que el profeta de Israel, a quien fueron dirigidas estas palabras:
“Tú pues, hijo del hombre, yo te he puesto por atalaya a la casa de
Israel, y oirás la palabra de mi boca, y los apercibirás de mi parte.
Diciendo yo al impío: Impío, de cierto morirás; si tú no hablares
para que se guarde el impío de su camino, el impío morirá por su
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pecado, mas su sangre yo la demandaré de tu mano. Y si tú avisares
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