Página 13 - Testimonios Selectos Tomo 5 (1932)

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Capítulo 1—Extendiendo los triunfos de la cruz
“El que aun a su propio Hijo no perdonó, antes le entregó por
todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?”
Romanos 8:32
.
Cuando este admirable e inapreciable don fué otorgado, todo el
universo celestial fué profundamente conmovido en un esfuerzo por
comprender el insondable amor de Dios, y por el anhelo de despertar
en los corazones humanos una gratitud proporcionada al valor del
don. ¿Podemos nosotros, por quienes Cristo murió, vacilar entre
dos opiniones? ¿Devolveremos a Dios sólo una parte ínfima de los
talentos y fuerzas que nos ha prestado? ¿Cómo podremos hacerlo
así sabiendo que él, que era el General de todo el cielo, dejó a un
lado su manto y corona reales, y conociendo la impotencia de la
raza caída, vino a este mundo, revestido de la naturaleza humana,
para hacer posible la unión de nuestra humanidad con su divinidad?
El se hizo pobre para que pudiésemos entrar en posesión de los
tesoros celestiales, “un sobremanera alto y eterno peso de gloria.”
2
Corintios 5:17
. Por redimirnos, él descendió de una humillación a
otra, hasta que él, el divino-humano y paciente Cristo, fué levantado
en la cruz, para atraer a sí a todos los hombres. El Hijo de Dios no
pudo demostrar mayor condescendencia; ni haberse rebajado más.
Este es el misterio de la piedad, el misterio que ha inspirado a
los agentes celestiales a ministrar mediante la humanidad caída de
tal manera que en este mundo se suscitara un intenso interés por
el plan de salvación. Tal es el misterio que movió al cielo entero a
unirse a la humanidad para llevar adelante el gran plan de Dios para
la salvación de un mundo perdido.
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La obra de la iglesia
A los agentes humanos ha sido encomendada la obra de extender
los triunfos de la cruz de un lugar a otro. Como cabeza de la iglesia,
Cristo está llamando con autoridad a cada uno que profesa creer en
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