La responsabilidad de los esposos
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en vuestras palabras y bondadosos en vuestras acciones; renunciad
a vuestros deseos personales. Vigilad vuestras palabras, porque ellas
ejercen una influencia considerable para bien o para mal. No dejéis
traslucir irritación en la voz, mas poned en vuestra vida el dulce
perfume de la semejanza de Cristo.
Antes de entrar en una unión tan íntima como el matrimonio, un
hombre debiera saber dominarse a sí mismo y cómo obrar con los
demás.
En la educación de los niños, hay ciertas circunstancias en las
cuales la voluntad firme de la madre se halla en pugna con la vo-
luntad irracional e indisciplinada del niño. En tales casos, la madre
necesita mucha sabiduría. Al obrar de una manera poco prudente, al
someter al niño por la fuerza, se le puede hacer un daño incalculable.
Una crisis de ese género debe evitarse tanto como se pueda,
porque implica una lucha violenta tanto para la madre como para el
niño. Pero cuando se manifiesta tal estado de cosas, hay que inducir
al niño a someter su voluntad a la voluntad más sabia de sus padres.
La madre debe dominarse perfectamente ella misma, y no hacer
nada que despierte en su hijo un espíritu de desafío. Nunca debe dar
órdenes a gritos. Ganará mucho si conserva una voz dulce y amable.
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Debe obrar con su hijo de un modo que lo conduzca a Jesús. Ella
debe acordarse de que Dios es su sostén, y el amor su fuerza. Si es
una creyente prudente, no tratará de obligar a su hijo a someterse.
Ella orará con fervor para que el enemigo no tenga la victoria, y
mientras ore, se dará cuenta de que su vida espiritual se renueva.
Verá que la misma potencia que obra en ella obra también en su
hijo. Este se volverá más amable y sumiso. Así ganará la victoria.
La paciencia, la bondad, las sanas palabras de la madre cumplen
esa obra. La paz sucede a la tormenta como el sol a la lluvia. Los
ángeles que observaron la escena entonan gozosos cantos.
Estas crisis se producen también entre marido y mujer. A menos
que ellos estén bajo la influencia del Espíritu de Dios, manifestarán
en tales ocasiones el mismo espíritu impulsivo e irracional que se
revela tan a menudo en los niños. Esa lucha entre dos voluntades
será entonces parecida al choque de la peña contra la peña.
Hermano mío, sea bueno, paciente, indulgente. Acuérdese de que
su esposa le ha aceptado por marido no para que Vd. la domine sino
para que sea su sostén. No sea nunca imperioso y arbitrario. No haga