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Testimonios Selectos Tomo 5
la vida moderna, de esa vida que debilita y destruye las energías
mentales y espirituales.
¡Con qué agradecimiento los enfermos cansados del régimen de
la ciudad, del encandilamiento de las luces y del ruido de la calle,
acogen la paz y la libertad que se disfruta en el campo! ¡Con qué
avidez se ponen a contemplar las escenas de la naturaleza! ¡Cuán
felices serían con gozar de las ventajas de un sanatorio del campo,
donde pudiesen sentarse al aire libre, alegrarse al sol y respirar el
suave perfume de los árboles y de las flores! Hay propiedades vivifi-
cantes en el bálsamo de los pinos, en el perfume de los coníferos;
hay aún otros árboles que comunican salud; no hay que derribarlos
inconscientemente: cultivadlos cuando están en número suficiente y
plantadlos cuando faltan.
Nada tiene mejor éxito para restablecer la salud y dar felicidad al
enfermo crónico que vivir entre las cosas atrayentes de la campiña.
Allí, los enfermos más graves pueden acostarse o sentarse al sol o a la
sombra de los árboles. No tienen más que alzar los ojos y contemplar
sobre ellos la belleza del follaje. Se maravillan de no haber notado
antes la gracia de las ramas que se encorvan en bóveda por encima
de ellos y les dan la sombra que necesitan. Cuando escuchan el
murmullo dé la brisa, una dulce sensación de paz penetra en su
corazón. Renace su valor; las fuerzas, a punto de abandonarlos, se
renuevan. Inconscientemente, su espíritu se apacigua; su pulso febril
se calma y regulariza. A medida que estos enfermos cobran fuerza,
se aventuran a dar algunos pasos para recoger flores, las mensajeras
del amor de Dios hacia su familia terrestre.
Estimulad a los enfermos a pasar mucho tiempo al aire libre.
Haced planes para mantenerlos afuera donde, por medio de la natu-
raleza, puedan entrar en comunión con Dios. Colocad los sanatorios
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en vastas propiedades donde los pacientes puedan ocuparse en el
cultivo del suelo y obtener así un ejercicio saludable. Un ejercicio
tal, combinado con tratamientos higiénicos, obrará milagros para
la curación de los enfermos y refrigerará los ánimos cansados y
agotados. En condiciones tan favorables, los enfermos no necesi-
tarán tanto cuidado como si estuviesen encerrados en un sanatorio
urbano. No estarán tampoco tan dispuestos al descontento y a la
murmuración. Serán más susceptibles de aprender las lecciones del
amor de Dios y más capaces de reconocer que Aquel que cuida