El valor de la vida al aire libre
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tan maravillosamente a los pájaros y las flores, cuidará también de
los seres creados a su imagen. Así se concede al médico y a sus
ayudantes ocasión de alcanzar al alma y de hacer conocer el Dios de
la naturaleza a quienes buscan el restablecimiento de la salud.
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He visto, en una visión de noche, un sanatorio instalado en el
campo. La institución no era grande, pero completa. Estaba rodeada
de hermosos árboles, arbustos y más lejos, de vegetales. Había tam-
bién jardines en los cuales las señoras enfermas podían, si querían,
cultivar flores de toda especie, eligiendo cada enferma un pedacito
de terreno para cuidarlo. El ejercicio al aire libre en esos jardines se
prescribía como parte del tratamiento regular.
Vi desfilar bajo mis ojos varias escenas. En la una, buen nú-
mero de enfermos acababa de llegar a uno de nuestros sanatorios
del campo. En otra vi a los mismos pacientes, pero completamente
transformados. Su enfermedad había desaparecido; su tez era límpi-
da; su actitud gozosa. El cuerpo y el espíritu parecían animados de
una vida nueva.
Me fué mostrado que los enfermos que han recobrado la salud en
nuestros sanatorios del campo y que vuelven al seno de su familia,
vendrán a ser como una lección objetiva viviente, y que muchos
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otros quedarán favorablemente impresionados por el cambio que se
verificará en ellos. Muchos enfermos y dolientes se alejarán de la
ciudad para ir al campo y se negarán a conformar sus costumbres al
modo de vivir y a los hábitos de las ciudades. Tratarán más bien de
volver a recuperar su salud en uno de nuestros sanatorios del campo.
Así, aunque estemos alejados de las ciudades por unos treinta o
cuarenta kilómetros, podremos alcanzar a la gente, y aquellos que
buscan la salud tendrán ocasión de recuperarla en las condiciones
más favorables.
Dios hará por nosotros maravillas si trabajamos por él con fe.
Obremos, pues, de un modo inteligente, para que nuestros esfuerzos
sean bendecidos del cielo y coronados de éxito.
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