Capítulo 8—Lejos de las ciudades
Los que tienen algo que ver con la elección de un sitio para
un sanatorio deben estudiar con oración el carácter y objeto de
nuestra obra sanitaria. Deben acordarse de que han de contribuir
al restablecimiento de la imagen de Dios en el hombre. Deben dar,
por un lado, los remedios que alivian los sufrimientos físicos, y por
el otro, el evangelio que alivia los sufrimientos del alma. Así serán
verdaderos misioneros médicos. Deben sembrar la semilla de la
verdad en muchos corazones.
Ningún egoísmo, ninguna ambición personal debe admitirse en
la elección de un sitio para nuestros sanatorios. Cristo vino a este
mundo para enseñarnos a vivir y a trabajar. Aprendamos, pues, de
él, a no elegir para nuestros sanatorios sitios que satisfagan nuestros
gustos, sino los lugares que convengan mejor para nuestra obra.
Se me ha mostrado que en nuestra obra médica misionera hemos
perdido muchas ventajas por no comprender la necesidad de cambiar
nuestros planes concernientes a la ubicación de nuestros sanatorios.
Es la voluntad de Dios que estas instituciones se establezcan lejos
de las ciudades. Debieran estar en el campo, y sus alrededores ser
tan agradables como sea posible. En la naturaleza, huerto de Dios,
los enfermos hallarán siempre algo que distraiga su atención de sí
mismos y eleve sus pensamientos a Dios.
Se me ha mostrado que los enfermos deben ser cuidados lejos
del bullicio de las ciudades, lejos del ruido de los tranvías, y de
los coches. Aún los habitantes del campo que vengan a nuestros
sanatorios se congratularán de estar en un lugar donde reine la calma.
En ese retiro, será más fácil que los pacientes sientan la influencia
del Espíritu de Dios.
El huerto de Edén, morada de nuestros primeros padres, era
extremadamente hermoso. Graciosos arbustos y flores delicadas de-
leitaban los ojos a cada paso. En ese huerto, había flores de toda
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especie, árboles de esencia que llevaban casi todos frutos perfuma-
dos y deliciosos. En sus ramas, las aves modulaban sus cantos de
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