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Testimonios Selectos Tomo 5
alabanza. Adán y Eva, en su pureza inmaculada, se regocijaban por
lo que veían y oían en el Edén. Aun hoy, a pesar de que el pecado
haya echado su sombra sobre la tierra, Dios desea que sus hijos
se regocijen en la obra de sus manos. Colocar nuestros sanatorios
en medio de las obras de la naturaleza es seguir el plan de Dios,
y cuanto más minuciosamente sigamos dicho plan, tanto mayores
milagros hará Dios para la curación de la humanidad doliente. Se
deben elegir, para nuestras escuelas e instituciones médicas, lugares
alejados de las obscuras nubes de pecado que cubren las grandes
ciudades, lugares donde el Sol de Justicia pueda nacer, trayendo “en
sus alas ... salud.”
Malaquías 4:2
.
Los hermanos dirigentes de nuestra obra deben dar instrucciones
a fin de que nuestros sanatorios se establezcan en lugares agrada-
bles, lejos del bullicio de las ciudades, allí donde, gracias a sabias
instrucciones el pensamiento de los pacientes pueda ponerse en rela-
ción con el pensamiento de Dios. Muchas veces he descripto tales
lugares, mas parecería que ningún oído haya prestado atención a
lo que he dicho. Aún recientemente, las ventajas que ofrecería el
establecer nuestras instituciones, y particularmente nuestros sanato-
rios y escuelas fuera de las ciudades, me han sido mostradas de una
manera clara y convincente.
¿Por qué tienen nuestros médicos tanto deseo de establecerse en
las ciudades? Hasta la atmósfera de las ciudades está corrompida.
En ellas, los enfermos que tienen hábitos depravados que vencer
no pueden quedar preservados de un modo conveniente. Para las
víctimas de la bebida, los cafés de la ciudad constituyen una tenta-
ción continua. Colocar nuestros sanatorios en un ambiente impío, es
contrarrestar los esfuerzos que se hagan para restablecer la salud de
los pacientes.
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En el porvenir, la condición de las ciudades empeorará siempre
más, y su influencia se reconocerá como desfavorable al cumpli-
miento de la obra encargada a nuestros sanatorios.
Desde el punto de vista de la salud, el humo y el polvo de las
ciudades son extremadamente perjudiciales. Los enfermos que, en
la mayoría de los casos se ven encerrados entre cuatro paredes, se
sienten como prisioneros en sus habitaciones. Cuando miran por
la ventana, no ven más que casas y más casas. Los que están así
encerrados en sus piezas propenden a meditar en sus sufrimien-