Página 59 - Testimonios Selectos Tomo 5 (1932)

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El plan de Dios para con nuestras casas editoriales
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Así es cómo, en sus asuntos comerciales, los discípulos de Cris-
to deben ser portaluces para el mundo. Dios no les exige que se
esfuercen para brillar. El no aprueba ninguna tentativa presuntuosa
hecha para dar pruebas de una bondad superior. Desea sencillamente
que su alma, esté impregnada de los principios celestiales, y que, al
ponerse en relación con el mundo, revelen la luz que hay en ellos.
Su honradez, su rectitud, su fidelidad inquebrantable en todos los
actos de la vida, llegarán a ser así una fuente de luz.
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El reino de Dios no se revela por las apariencias que atraen la
atención. Se manifiesta por la calma que proviene de su palabra, por
la operación interna del Espíritu Santo, por la comunión del alma
con Aquel que es su vida. La mayor manifestación de su potencia se
produce cuando la naturaleza humana es llevada a la perfección del
carácter de Cristo.
Una apariencia de riqueza o alta posición, la arquitectura o los
muebles costosos, no son esenciales para el adelantamiento de la
causa de Dios; como tampoco, por otra parte, lo son las empresas
que provocan los aplausos de los hombres y engendran el orgullo.
El fasto del mundo, por imponente que sea, no tiene ningún valor
ante Dios.
Aunque es nuestro deber buscar la perfección en las cosas ex-
ternas, hay que recordar constantemente que éste no es el blanco
supremo. Dicho deber ha de quedar subordinado a intereses más al-
tos. Más que lo visible y pasajero, aprecia Dios lo invisible y eterno.
Lo visible no tiene valor más que en la medida en que es expresión
de lo invisible. Las obras de arte mejor terminadas no tienen una
belleza comparable a la del carácter resultante de la operación del
Espíritu Santo en el alma.
Cuando Dios dió a su Hijo al mundo, dotó a la humanidad de
riquezas imperecederas, en comparación de las cuales no son ab-
solutamente nada todos los tesoros amontonados por los hombres
de todos los tiempos. Al venir a la tierra, Cristo se presentó a los
hijos de los hombres con un amor acumulado durante la eternidad, y
ese tesoro es él que nosotros, por nuestra comunión con él, debemos
recibir, dar a conocer, e impartir a otros.
Nuestras instituciones darán carácter a la obra de Dios en la
medida en que sus empleados se consagren a esta obra de todo
corazón. Lo lograrán al dar a conocer la potencia de la gracia de