Página 276 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 6 (2004)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 6
divina, sino de los atributos del enemigo de Dios.
Alguien debe cumplir la misión que Cristo dio; alguien debe
continuar la obra que él comenzó en el mundo, y se ha dado este
privilegio a la iglesia. Ha sido organizada para esto. ¿Por qué, enton-
ces, los miembros de la iglesia no han aceptado la responsabilidad?
Hay algunos que han observado este descuido; han visto la nece-
sidad de muchos que sufren y pasan penurias; han reconocido en
estas pobres almas a aquellos por quienes Cristo dio su vida, y sus
corazones han sido estremecidos con piedad, poniendo sus energías
en acción. Han iniciado la obra de organizar a los que colaboran con
ellos llevando la verdad del Evangelio a los que en el presente se
encuentran en el vicio y la iniquidad, para que sean redimidos de una
vida de disipación y pecado. Los que han estado haciendo esta obra
de ayuda cristiana, cumplen con lo que el Señor desea que hagan,
y él acepta lo que hacen. Lo que se ha hecho en este aspecto es la
obra con la cual todo adventista del séptimo día debe simpatizar de
todo corazón, respaldarla y asirse del Señor para lograrlo. Al des-
cuidar la misión que está dentro de sus propias fronteras, al rehusar
llevar estas responsabilidades, la iglesia sufre una gran pérdida. Si
la Iglesia hubiera hecho esta obra como debía, habría sido el medio
de salvación para mucha gente.
El Señor no ha mirado con simpatía a su iglesia por causa de su
descuido. Se ha hecho evidente en muchos el amor por la despreo-
cupación y la complacencia egoísta. Algunos que han gozado del
privilegio de conocer la verdad bíblica no la han entronizado en el
santuario de su alma. Dios los responsabiliza por los talentos que
no han usado en servicio fiel y honesto, realizando todo esfuerzo
posible para buscar y salvar los que estaban perdidos. Se representa
a estos siervos negligentes viniendo a la cena de bodas sin el vestido
apropiado, el vestido de la justicia de Cristo. Han aceptado la verdad
nominalmente, pero no la practican. Profesamente circuncidados, en
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realidad están entre los incircuncisos. ¿Por qué no nos entusiasma-
mos con el Espíritu de Cristo? ¿Por qué somos tan poco sensibles a
los lamentos lastimeros de un mundo lleno de sufrimientos? ¿Consi-
deramos nuestro exaltado privilegio, agregar una estrella a la corona
de Cristo, un alma librada de las cadenas con las cuales Satanás la
había atado, un alma rescatada para el reino de Dios? La iglesia debe
reconocer su obligación de llevar el Evangelio de la verdad presente