La palabra de Dios tiene que ser suprema
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en palabra y en acción, será nuestra confesión de fe. Únicamente así
podrán los demás confirmar que creemos en la Biblia.
Los reformadores cuya protesta hizo que se nos conociera como
“protestantes”, creían que Dios los había llamado a llevar el Evange-
lio al mundo. Para cumplir con este mandato estuvieron dispuestos
a sacrificar sus posesiones, su libertad y sus vidas. ¿Seremos en este
último gran conflicto tan fieles a nuestro cometido, como lo fueron
los reformadores a la de ellos?
La verdad para aquel tiempo se llevó a todo rincón del mundo en
medio de la persecución y la muerte. La Palabra de Dios se llevó al
pueblo. Todas las clases sociales, los encumbrados y el populacho,
ricos y pobres, letrados e ignorantes, la estudiaron con entusiasmo.
Quienes recibieron la luz se convirtieron a su vez en mensajeros. En
aquellos días la verdad se llevó a la gente gracias a la imprenta. La
pluma de Lutero era poderosa, y sus escritos, esparcidos por doquier,
agitaron al mundo. Las mismas opciones están a nuestra disposición,
multiplicadas por cien. Las Biblias y las diversas publicaciones en
numerosos idiomas que presentan la verdad para este tiempo, están
a nuestro alcance y pueden llevarse rápidamente a cualquier parte
del mundo. Debemos proclamar a los hombres el último mensaje de
advertencia de Dios, y ¡cuánta diligencia debemos manifestar en el
estudio de la Biblia y en nuestro celo al difundir la luz!
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