Página 13 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 7 (1998)

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Los tiempos del tomo siete
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oficinas centrales muy distintas unas de otras y distribuidas en todos
los Estados Unidos. En lo que se refiere a la Junta de Misiones Ex-
tranjeras, habían elegido a Nueva York como sede, por las ventajas
que ofrecía por ser un gran centro de navegación. En el caso de la
Asociación de la Escuela Sabática, hallaron conveniente establecer
sus oficinas en Oakland, California. En cambio, en Chicago, Illinois,
estaba la sede de la obra de libertad religiosa. El trabajo médico se
estableció en Battle Creek, Míchigan.
No es difícil darse cuenta que el crecimiento natural de la deno-
minación había sobrepasado las provisiones originales establecidas
en 1863. Era indispensable que se realizaran cambios. La junta direc-
tiva de la Asociación General estaba compuesta de doce miembros,
cuatro de los cuales residían en Battle Creek. ¿Cómo podía este gru-
pito de hombres atender una obra que crecía rápidamente y que ahora
se había transformado en una actividad mundial? Todas las asocia-
ciones y misiones alrededor del mundo, con la excepción de las que
componían la Unión Australasiana y la Unión Europea, dependían
directamente de la Asociación General para su funcionamiento. A
medida que algunas de las ramas de la obra crecían desproporcio-
nadamente y parecían hallarse fuera de control, mientras seguían
adelante dentro del marco de independencia organizacional de su
propia creación, las perplejidades de los dirigentes se multiplicaban.
Tales eran las circunstancias en abril de 1901, cuando Elena G.
de White, quien acababa de regresar de Australia a los Estados Uni-
dos, habló a los asistentes al Congreso de la Asociación General en
su sesión de apertura de ese año. Los exhortó a realizar una reorga-
nización total de la obra, puntualizando especialmente la necesidad
de una distribución adecuada de las responsabilidades. Aunque la
necesidad de cambios era evidente, cómo realizarlos adecuadamente
era un problema extremadamente difícil. Ahora, sin embargo, el
llamado a la acción y la presencia de hombres de visión y fe para
dirigir la tarea, permitió una completa reorganización de la obra
de la Asociación General. En primer término se adoptó el plan de
las uniones que ya había sido inaugurado en Australia y seguido
en Europa. Esto descargó a los administradores de la Asociación
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General de muchos detalles que debían atenderse localmente. En
segundo término, se establecieron las bases para unificar las diver-
sas organizaciones autónomas de la denominación, tales como la