Página 145 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 7 (1998)

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El plan de Dios para nuestras casas publicadoras
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apóstata en su desobediencia a la ley de Dios, o al Hijo de Dios
quien declara: ‘He guardado los mandamientos de mi Padre’?”
Tal es la tarea que está delante de nosotros. Para cumplirla han
sido establecidas nuestras casas editoriales. Esta es la obra que el
Señor desea ver realizarse por sus esfuerzos.
Demostración de los principios cristianos
No nos toca publicar simplemente una teoría de la verdad, sino
presentar una ilustración práctica de ella en nuestro carácter y en
nuestra vida. Nuestras casas editoriales deben ser para el mundo una
encarnación de los principios cristianos. En estas instituciones, si se
logra el propósito de Dios a su respecto, Cristo mismo encabeza el
personal. Los ángeles santos vigilan el trabajo en cada departamento.
Todo lo que se hace en ellas lleva el sello del cielo, y demuestra la
excelencia del carácter de Dios.
Dios ordenó que su obra se presentara al mundo de un modo
santo y distinto. Desea que sus hijos demuestren por su vida las
ventajas del cristianismo sobre el espíritu mundano. Su gracia ha
provisto todo lo necesario para que demostremos, en todas nuestras
transacciones comerciales, la superioridad de los principios del cielo
sobre los del mundo. Debemos demostrar que trabajamos según un
plan más elevado que el de los mundanos. En todo, debemos dar
pruebas de un carácter puro y demostrar que la verdad, aceptada y
obedecida, hace de los que la reciben hijos e hijas de Dios, hijos del
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Rey de los cielos, y que, como tales, son honrados en todo lo que
hacen, fieles, veraces y rectos en las cosas pequeñas como en las
grandes.
Dios desea que la perfección caracterice todos nuestros trabajos
mecánico o de otra clase. Desea que pongamos en cuanto hagamos
para su servicio la exactitud, el talento, el tacto y la sabiduría que
exigió cuando se construía el santuario terrenal. Desea que todos los
asuntos tratados para su servicio sean tan puros, tan preciosos a sus
ojos como el oro, el incienso y la mirra que los magos de Oriente
trajeron en su fe sincera y sin mácula al niño Jesús.
Así es cómo, en sus asuntos comerciales, los discípulos de Cris-
to deben ser portaluces para el mundo. Dios no les exige que se
esfuercen para brillar. El no aprueba ninguna tentativa presuntuosa