Página 144 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 7 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 7
La responsabilidad que recae sobre nuestras casas editoriales es
solemne. Los que dirigen estas instituciones, los que redactan los
periódicos y preparan los libros, alumbrados como están por la luz
del plan de Dios y llamados a amonestar al mundo, son tenidos por
responsables de las almas de sus semejantes. A ellos, como a los
predicadores de la Palabra, se aplica el mensaje dado antaño por Dios
a su profeta: “Tú pues, hijo del hombre, yo te he puesto por atalaya
a la casa de Israel, y oirás la palabra de mi boca, y los apercibirás
de mi parte. Diciendo yo al impío: Impío, de cierto morirás; si tú no
hablares para que se guarde el impío de su camino, el impío morirá
por su pecado, mas su sangre yo la demandaré de tu mano”.
Ezequiel
33:7-8
.
Nunca se ha aplicado este mensaje con tanta fuerza como hoy.
El mundo desprecia cada día más las exigencias de Dios. Los hom-
bres se han envalentonado en sus transgresiones. La maldad de los
habitantes de la tierra, casi ha hecho desbordar la copa de sus iniqui-
dades. Casi ha llegado la tierra al punto en el cual Dios se dispone a
abandonarla en manos del destructor. La sustitución de leyes huma-
nas en lugar de la ley de Dios, la exaltación del domingo prescrita
por una simple autoridad humana en reemplazo del sábado bíblico,
constituye el último acto del drama. Cuando esta sustitución sea
universal, Dios se revelará. Se levantará en su majestad y sacudirá
poderosamente la tierra. Castigará a los habitantes del mundo por
sus iniquidades; y la tierra no encubrirá más la sangre ni ocultará
más sus muertos.
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El gran conflicto que Satanás hizo estallar en los atrios celestiales
terminará antes de mucho. Pronto todos los habitantes de la tierra se
habrán decidido en favor o en contra del gobierno del cielo. Como
nunca antes, Satanás está desplegando su potencia engañosa para
seducir y destruir a toda alma que no esté precavida. Se nos ordena
invitar a los hombres a que se preparen para los acontecimientos que
los esperan. Debemos advertir a los que se hallan expuestos a una
destrucción inminente. El pueblo de Dios debe desplegar todas sus
fuerzas para combatir los errores de Satanás y derribar sus fortalezas.
Debemos explicar en el mundo entero, a todo ser humano que quiera
escucharnos, los principios que están en juego en esa gran lucha,
principios de los cuales depende el destino eterno de las almas.
Debemos preguntar a todos solemnemente: “¿Sigue usted al gran