Página 212 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 7 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 7
los primeros discípulos. “Perseveraban unánimes en oración y rue-
go”. “De repente vino un estruendo del cielo como de un viento recio
que corría, el cual hinchió toda la casa donde estaban sentados”. “Y
fueron todos llenos del Espíritu Santo”.
Hechos 1:14; 2:2, 4
.
No hay excusa para la deserción o el desaliento, puesto que
todas las promesas de la gracia celestial pertenecen a los que tienen
hambre y sed de justicia. La intensidad del deseo representado por
el hambre y la sed es una garantía de que lo que más necesitamos
nos será otorgado.
Tan pronto como reconocemos nuestra incapacidad para hacer
la obra de Dios, y nos sometemos a él para ser guiados por su sabi-
duría, el Señor puede trabajar con nosotros. Si estamos dispuestos
a desterrar el egoísmo de nuestra alma, él suplirá todas nuestras
necesidades.
Colocad vuestra mente y vuestra voluntad donde el Espíritu
Santo pueda alcanzarlas, pues él no usará la mente ni la conciencia
de otro hombre para revelarse a vosotros. Estudiad la Palabra de Dios
pidiendo fervientemente la impartición de su sabiduría. Consultad
la razón santificada y enteramente sometida a la voluntad divina.
Mirad a Jesús con sencillez y fe. Contemplad al Salvador hasta
que vuestro espíritu desfallezca bajo el exceso de luz. Oramos y
creemos sólo a medias. “Pedid, y se os dará”.
Lucas 11:9
. Orad,
creed, fortaleceos unos a otros. Orad como nunca habéis orado, para
que el Señor ponga su mano sobre vosotros, y seáis habilitados para
comprender la longitud, la anchura, la profundidad y la altura del
amor de Cristo, que sobrepuja todo entendimiento, y estéis henchidos
de la plenitud de Dios.
* * * * *
El hecho de que somos llamados a soportar pruebas demuestra
que el Señor Jesús ve en nosotros algo muy precioso, que desea
desarrollar. Si no viese en nosotros algo que puede glorificar su
nombre, no dedicaría tiempo a refinarnos. No nos esmeramos en
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podar zarzas. Cristo no arroja a su horno piedras sin valor. Lo que él
purifica es mineral valioso.
El herrero pone el hierro y el acero en el fuego para saber qué
clase de metal es. El Señor permite que sus escogidos sean puestos