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Testimonios para la Iglesia, Tomo 7
mensaje que en estos últimos días debe ser dado al pueblo remanente
de Dios en toda su pureza.
Muchos de los probados siervos de Dios han dormido en Jesús.
Se debe apreciar la ayuda de los que han quedado con vida hasta
hoy. Considérese su testimonio de valor. La buena mano del Señor
ha acompañado a estos obreros fieles. El los sostendrá con su brazo
poderoso diciéndoles: “Apóyense en mí. Yo seré su fuerza y su
galardón en manera grande”. Esos que estaban en el mensaje al
comienzo mismo de su proclamación, que pelearon valerosamente
cuando arreciaba la batalla, no deben perder ahora su asidero.
Se debe cultivar el interés más tierno hacia aquellos cuya labor
de toda una vida está unida con la obra de Dios. A pesar de sus
muchas dolencias, estos obreros todavía poseen talentos que los
hacen aptos para mantenerse en su puesto del deber. Dios desea que
ocupen posiciones de responsabilidad en su obra. Han permanecido
fieles en medio de tormentas y pruebas, y hoy se encuentran entre
nuestros consejeros más valiosos. ¡Cuán agradecidos debiéramos
estar de que todavía puedan utilizar sus dones al servicio del Señor!
No perdamos de vista el hecho de que en el pasado estos fieles
luchadores lo sacrificaron todo para impulsar la obra. El hecho de
que hayan envejecido y se haya tomado cano su cabello al servicio
de Dios, no es ninguna razón para que tengan que dejar de ejercer
una influencia superior a la de los individuos que tienen un conoci-
miento menor de la obra y una experiencia aún más reducida en las
cosas divinas. Aunque gastados e incapaces de sobrellevar las cargas
más pesadas que pueden y deben portar los hombres más jóvenes,
el valor que tienen como consejeros es del orden más elevado. Han
cometido errores, pero han aprendido a ser sabios a causa de ellos;
han aprendido a evitar las equivocaciones y los peligros, ¿y no son
entonces competentes para dar un consejo sabio? Han soportado
pruebas y dificultades y, aunque han perdido algo de su vigor, no
deben ser desplazados por obreros de menor experiencia, que co-
nocen muy poco del trabajo y la abnegación de estos pioneros. El
Señor mismo no los pone de lado. Antes les concede una gracia y
una sabiduría especiales.
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Cuando Juan estaba viejo y había encanecido, se le confió un
mensaje que dar a las iglesias perseguidas. Varias veces los judíos
intentaron quitarle la vida, pero el Señor dijo: “Déjenlo vivir. Yo, su