Página 292 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 7 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 7
la pueda llevar. El examina cada peso antes de permitirle descansar
sobre los corazones de sus colaboradores. El amante Padre celestial
dice a cada uno de sus obreros: “Echa sobre Jehová tu carga, y
él te sustentará”.
Salmos 55:22
. Crea cada uno de los que llevan
responsabilidades, que el Señor echará sobre sí cada carga, sea ésta
grande o pequeña.
Jesús consiente en llevar nuestras cargas sólo cuando confiamos
en él. El nos invita: “Acudan a mí todos los que están cansados y
cargados; dénme sus cargas; confíen en que yo realizaré la obra
que le resulte imposible hacer al agente humano”. Confíen en él.
La ansiedad es ciega y es incapaz de discernir el futuro. Pero Jesús
conoce el fin desde el principio, y en cada dificultad él tiene aparejada
la forma de traer el socorro. Si moramos en Cristo podemos hacer
todas las cosas mediante Aquel que nos fortalece.
A veces las cosas van mal por causa de los obreros no consa-
grados. Usted puede llorar a causa de los resultados de las acciones
equivocadas de los demás, pero no se preocupe. La obra se encuentra
bajo la supervisión del Maestro bendito. Todo lo que él requiere es
que los obreros vengan a él a pedirle órdenes, y que obedezcan sus
instrucciones. Todos los aspectos de su obra, nuestras iglesias, misio-
nes, escuelas sabáticas e instituciones, están sobre su corazón. ¿Por
qué preocuparse? El intenso deseo de ver a la iglesia rebosante de
vida debe estar templado por la confianza total en Dios; porque “sin
mí -dijo el gran Portador de cargas- nada podéis hacer”. “Síganme a
mí”. El es el guía; a nosotros nos toca seguirlo.
Que nadie abuse de las facultades que Dios le ha dado, en un
esfuerzo por hacer adelantar más rápidamente la obra del Señor. El
poder del hombre no puede hacer que la obra progrese; el poder
de las inteligencias celestiales debe unirse con el esfuerzo humano.
Sólo así se puede perfeccionar la obra de Dios. El hombre no puede
realizar la parte de la obra que a Dios le corresponde. Un Pablo
puede plantar la semilla y un Apolos regarla, pero Dios es quien le
da el crecimiento. El hombre debe colaborar con los agentes divinos
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con toda sencillez y mansedumbre, haciendo siempre lo mejor que
puede, pero manteniendo siempre presente el hecho de que Dios es
el obrero Maestro. No debe llenarse de confianza propia, porque al
hacerlo agotará las reservas de su fuerza y destruirá sus facultades
mentales y físicas. Aunque se eliminara a todos los obreros que