Página 291 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 7 (1998)

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El cuidado de los obreros
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muy por delante de nosotros, avanzando mucho más rápidamente
que nuestras liberalidades. El camino del progreso y la edificación
de la causa de Dios está bloqueado por el egoísmo, el orgullo, la
codicia, la extravagancia y el amor a la ostentación. A toda la iglesia
se le ha encomendado la solemne responsabilidad de elevar cada
rama de la obra. Si sus miembros siguen a Cristo, se negarán a
ceder ante las inclinaciones de la ostentación, el amor al vestido, el
deseo de casas elegantes y de muebles costosos. Se debe cultivar
una humildad mucho mayor, una diferenciación más notable con
el mundo, entre los adventistas del séptimo día, de lo contrario
Dios no nos aceptará, a pesar de la posición que ocupemos o del
carácter de la obra que realicemos. La economía y la abnegación les
proporcionarán a muchos que viven en circunstancias moderadas
los medios necesarios para realizar obras de benevolencia. Todos
tenernos el deber de aprender de Cristo, a caminar humildemente
por el sendero abnegado que recorrió la Majestad del cielo. Toda
la vida cristiana debería caracterizarse por un renunciamiento tal
que nos disponga a responder cada vez que se hace un llamado en
demanda de ayuda.
Durante tanto tiempo como Satanás trabaje con energía incesante
para destruir a las almas, mientras persista la necesidad de obreros
en cualquier parte del amplio campo de cosecha, persistirán también
los pedidos de contribuciones para sostener la obra de Dios en
alguno de sus muchos aspectos. Al suplir una necesidad con ello
hacemos campo para que podamos suplir otra de carácter similar. El
renunciamiento que se requiere para la obtención de fondos con el
fin de invertirlos en los proyectos que Dios considera más valiosos,
desarrollará en nosotros la clase de hábitos y de carácter que nos
ganarán las palabras de aprobación: “Bien hecho”, y nos harán
idóneos para morar eternamente en la presencia de Aquel que se
hizo pobre por nuestro bien, para que nosotros, mediante su pobreza,
pudiéramos ser herederos de las riquezas eternas.
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Los hombres que ocupan posiciones de responsabilidad corren el
peligro de ser aplastados por las muchas cargas que sostienen, pero
el Señor no impone a nadie una carga demasiado pesada para que