Página 32 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 7 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 7
Misioneros de sostén propio
Los misioneros que se sostienen a sí mismos tienen con frecuen-
cia mucho éxito. Iniciada de una manera humilde y reducida, su
obra crecerá a medida que avancen bajo la dirección del Espíritu de
Dios. Emprenden dos o tres juntos la obra de evangelización. Quizás
los que dirigen la obra no les prometan ayuda financiera; sigan,
sin embargo, adelante, orando, alabando, enseñando y viviendo la
verdad. Pueden empezar a colportar, y de esa manera introducirán la
verdad en muchas familias. Mientras progresan en su obra, adquiri-
rán una experiencia bendecida. Les infunde humildad su sentido de
su responsabilidad, pero el Señor va delante de ellos y hallan favor
y ayuda tanto entre los ricos como entre los pobres. Aun la pobreza
de estos misioneros consagrados es un medio de acceder a la gente.
Mientras siguen adelante, son ayudados de muchas maneras por
aquellos a quienes imparten alimento espiritual. Llevan el mensaje
que Dios les dio y sus esfuerzos se verán coronados de éxito. Serán
llevados a un conocimiento de la verdad muchos que, de no ser por
estos humildes instructores, nunca habrían sido ganados para Cristo.
Dios llama a obreros que entren en el campo de la mies que ya
blanquea. ¿Tendremos que aguardar porque la tesorería está agotada,
porque hay apenas lo suficiente para sostener a los obreros que están
ya en el campo? Salid con fe, y Dios estará con vosotros. La promesa
es: “Irá andando y llorando el que lleva la preciosa simiente; mas
volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas”.
Salmos 126:6
.
Nada contribuye tanto al éxito como el éxito mismo. Obténgase
éste por esfuerzo perseverante, y la obra progresará. Se abrirán
nuevos campos. Muchas almas serán llevadas al conocimiento de la
verdad. Lo que se necesita es que aumente la fe en Dios.
* * * * *
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Nuestro pueblo ha recibido gran luz, y sin embargo, muchos
de los ministros dedican sus esfuerzos a las iglesias, enseñando a
los que debieran ser instructores; iluminando a los que debieran
ser “la luz del mundo”; regando a aquellos de los cuales debieran
fluir ríos de aguas vivas; enriqueciendo a los que podrían ser minas
de verdad preciosa; repitiendo la invitación del Evangelio a los
que, dispersos hasta los últimos confines de la tierra, debieran estar