Página 77 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 7 (1998)

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Elevada vocación de los empleados del sanatorio
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ducidos al Salvador y aprender a unir su debilidad a la fuerza de él.
Cada obrero debe ser inteligente y capaz; y entonces podrá presentar
de una manera amplia y elevada la verdad tal cual es en Jesús.
Los que trabajan en nuestros sanatorios están constantemente
expuestos a la tentación. Se ven puestos en relación con incrédulos,
y los que no están firmes en la verdad sufrirán por este contacto. Pero
los que moran en Cristo arrastrarán a los incrédulos como lo hizo
Cristo mismo. Inflexibles en su obediencia, estarán siempre listos
para decir una palabra buena en el momento oportuno y a esparcir
la simiente de la verdad. Perseverarán en la oración; mantendrán
su integridad y darán cada día pruebas de cuán consecuente es su
religión. La influencia de tales empleados será una bendición para
muchos. Mediante una vida bien ordenada, conducirán almas a la
cruz. Un verdadero cristiano confiesa constantemente a su Salvador.
Está siempre gozoso, listo para dirigir palabras de esperanza y de
consuelo a los que sufren.
“El principio de la sabiduría es el temor de Jehová”.
Proverbios
1:7
. Una frase de la Escritura tiene más valor que diez mil ideas o
argumentos humanos. Los que se niegan a seguir los planes de Dios
oirán finalmente la sentencia: “Apartaos de mí”. Mas si nos somete-
mos a la voluntad de Dios, el Señor Jesús dirige nuestra mente y da
seguridad a nuestros labios. Podemos ser fuertes en el Señor y en la
potencia de su fortaleza. Al recibir a Cristo, quedamos revestidos de
su potencia. Cuando el Salvador habita en nosotros, su fuerza viene
a ser nuestra; su verdad es nuestro capital, y ninguna injusticia se
advierte en nuestra vida. Llegamos a poder decir palabras oportunas
a quienes no conocen la verdad. La presencia de Cristo en el corazón
es una potencia vivificadora, que fortalece todo el ser.
Se me ha ordenado que diga a los empleados de nuestros sa-
natorios que la incredulidad y la confianza en sí mismos son los
peligros contra los cuales deben prevenirse constantemente. Deben
guerrear contra el mal con tal celo y ardor, que los enfermos sientan
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la influencia ennoblecedora de sus esfuerzos desinteresados.
Ningún resto de egoísmo debe mancillar nuestro servicio. “No
podéis servir a Dios y a Mammón”. Ensalzad ante el mundo al
Hombre del Calvario. Exaltadle por una fe viva en Dios a fin de
que vuestras oraciones puedan ser oídas. ¿Comprendemos bien cla-
ramente hasta qué punto se acerca Jesús a nosotros? Se dirige a